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2 1 0 CARD. JOACHIM MEISNER no, por ser Dios propiamente impensable y su amor incognoscible. La revelación hace que meditemos en lo impensable y en la búsqueda de la santidad, por la que superamos la temporalidad. Escoto hace oír su voz con gran prudencia, porque la visión subjetiva no debe ser nunca expresión de la verdad. Después de haber primeramente eliminado las dificultades teológicas en la enseñanza del concepto inconta­ minado y haber expuesto las justificaciones comprensibles, Escoto escribe: «Si la autoridad de la Iglesia o la autoridad de las Escrituras no lo prohí­ ben, parece ser probable atribuir a María lo que es más excelso» (Si aucto- ritati Ecclesiae vel auctoritati Scripturae non repugnet, videtur probabile quod excellentius est attribuire Mariae). Aquel que había iluminado con gran agudeza espiritual las verdades de la fe, se hallaba muy lejos de expo­ ner sus propias intuiciones como doctrina vinculante; rehuía proclamar como verdades de fe las opiniones teológicas. Nadie está obligado a con­ formarse con las novedades de un estudioso; debe, al contario, tenerse primero en cuenta el juicio de la Iglesia para evitar errores. El error en la verdad conduce la vida al error. ¿Hay que maravillarse de que la mentira haya sido el instrumento de poder de los regímenes totalitarios? Con la caída del comunismo en la Europa Oriental se ha puesto en evidencia lo grande de su engaño. Muchos intelectuales, y también escritores, han la­ mentado públicamente ser lo peor del sistema el hecho de que la verdad haya sido quitada del medio y que se debía dar lugar al engaño y a la mentira. Tampoco las democracias de occidente garantizan necesariamente que la voz de la verdad y de la justicia sea escuchada. En el alboroto del mercado de opiniones amenaza desaparecer la verdad salvífica de la fe. Ésta no debe ser anunciada solamente como uno de tantos posibles puntos de vista. Si esto tuviera lugar, el anuncio se alejaría del mandato divino y la fuerza de la verdad perdería su propia cualidad salvífica. La pluralidad de opiniones es legítima ente tanto en cuanto representa diversos aspectos de la verdad. Una orquesta realiza un magnífico concierto cuando los mú­ sicos tocan su repectiva partitura bajo la dirección del director. Según Escoto, la enseñanza de la Iglesia es el director que Dios nos ha dado junto con las partituras de la fe. Que esto significara para un Enrique VIII de Inglaterra —y para todos los potentados convencidos de la certeza de la verdad— una espina en su cadera, resulta, en verdad, muy claro. En 1535 todas las obras del Doctor Subtilis fueron echadas al fuego. Al grito de: «Muerte a Escoto y a los escotistas —muerte al Hércules de los papis­ tas—» se quitaba del medio un testimonio incómodo de la grandeza de lo que exigía la fidelidad a la verdad. «Voz de la verdad que resuena poten­ te», así lo exalta la inscripción medieval sobre su tumba: Tuba veri.

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