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La verdad y el amor de Dios El 15 de noviembre de 1980, en el séptimo centenario de la muerte de san Alberto Magno, Juan Pablo II fue en peregrinación a la tumba del santo en Colonia. Después de su discurso a los hombres de ciencia en la catedral, pronunció en la iglesia de los Minoritas —Franciscanos Conven­ tuales— estas, palabras: «La catedral, de la que nos hallamos cerca, tiene dos grandes torres, que suben hacia el cielo como signos de la fe. La iglesia de los Minoristas, como la catedral, tiene también dos torres espirituales: el importante teólogo Duns Escoto y el gran pastor social del pueblo Adolph Kolping. El beato Adolph Kolping, rector ecclesiae, de la iglesia que conserva los despojos mortales del franciscano Juan Duns Escoto, ha vivido en su persona lo que el estudioso medieval de la teología se había propuesto como objetivo: el amor. El amor viene de Dios que conquista a los hombres en la verdad». Han sido la verdad y el amor de Dios los inspiradores del gran Rafael cuando dio forma visible a la unión de cielo y tierra en su «Exaltación de la Eucaristía» («Disputa»). Entre los teólogos allí reunidos, el artista ha representado aquel que vio en el excellentissimum sacramentum la expre­ sión más fuerte de la presencia del amor de Dios: Juan Duns Escoto. Como el fundador de su orden, Francisco, no proclamará Escoto sino el mensaje evangélico, pero con una acentuación precisa, para mejor dedi­ carse a una teología bíblica y de historia de salvación. Precisamente por esto ha ejercido un gran influjo sobre el desarrollo de la filosofía en los tiempos nuevos, sobre todo en el campo de la metafí­ sica. Su enseñanza se distingue por una agudeza lógica, por la que ha ganado justamente el título de 'Doctor Subtilis. Esta su claridad lógica pue­ de servirnos de ayuda también hoy, porque tal vez nos hallemos envueltos en términos nebulosos que oscurecen la verdad y crean confusión. Una palabra errónea puede desencadenar epidemias espirituales. Deberíamos orar como hacía Escoto: «Señor, haznos ciegos ante lo que no vale nada. Y danos ojos que sepan entrever con claridad todas tus verdades». El Doctor Subtilis ayuda, pues, a utilizar la sonda de la razón, a separar la ilusión y la apariencia de la verdad y del ser. Nunca cedió a un racionalis­ mo que sólo tiene en cuenta la capacidad limitada del pensamiento huma-

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