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CONGREGACION PARA LAS CAUSAS DE LOS SANTOS 197 de confirmar a la vida de Cristo. Guiado por la fe, afianzado en la caridad, ilustrado por la esperanza, vivió en íntima unión con Dios, a quien amaba ardientemente. Así mismo con piedad peculiar veneró el misterio de la Encarnación del Verbo, a Jesús crucificado y a la Eucaristía. Con amor filial honró a la Madre de Dios y, como auténtico teólogo mariano, fue defensor grande y constante de la Inmaculada Concepción. «Torre de la fe», según lo declaró el papa Juan Pablo II, fue, merced a su egregia labor teológica, de gran provecho para el pueblo cristiano, ya como doctor, ya como predicador, observando con fidelidad la Regla franciscana y comba­ tiendo a los extraviados con valentía y caridad. Persuadido de tener al Romano Pontífice como autoridad suprema en la Iglesia, no dudó en aban­ donar su cátedra en la universidad para dar testimonio público de su fide­ lidad al Vicario de Cristo. En vida se había ganado ya una fama de santidad y milagros que, después de su muerte, aumentó y se consolidó, tanto en Colonia, donde fue sepultado con esplendor, como en otras regiones. Fueron en un primer momento sus discípulos, quienes propagaron la fama y culto de Escoto en los países de donde provenían. Esto explica por qué tenga culto en la Campania y, particularmente, en Ñola. Antiguos códices e incunables, la iconografía, los varios reconocimien­ tos y traslados de su cuerpo, los testimonios de no pocos escritores —con­ sideradas todas estas cosas en conjunto— confirman que Juan Duns Escoto desde tiempo inmemorial gozó de culto y veneración, antes aún de los conocidos decretos de Urbano VIII. Aunque esta fama de santidad estuviera vigente, enriquecida con mani­ festaciones de culto, el proceso para obtener de la Santa Sede la aproba­ ción canónica de dicho culto, no pudo iniciarse, debido a diversas causas, hasta principios del siglo XVIII. Por esta razón se celebraron los procesos ordinarios de Colonia (1706-1707), Ñola (1709-1711), más tarde, el de Génova (1904-1905), otro de Ñola (1905-1906) y, finalmente, en Roma (1918), sobre la permanencia de su fama de santidad. El 22 de mayo de 1972 se publicó el decreto sobre los escritos del Siervo de Dios y luego se constituyó una Comisión de peritos, formada con miembros de las cuatro familias franciscanas, que diligentemente preparó la «Positio» para la Sa­ grada Congregación de las Causas de los Santos. Concluida esta labor, sus resultados fueron entregados a los Consultores Historiadores en la sesión del día 11 de abril de 1989. El 23 de noviembre, presidida por el Promotor de la Fe, Rmo. Antonio Petti, se celebró un Congreso Especial de los Teólogos Consultores. Después, los Padres Cardenales y los Obispos, en la Congregación Ordinaria del 21 de mayo de 1991, siendo ponente de la

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