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132 J. O. COFRE del Estado platónico, que buscaba como único modelo la verdad, y no la ficción, como ocurría en el estado de cosas cívico-políticas que Platón tiene frente a sí en la organización social de su tiempo. No podía, pues, seguir otro camino la investigación platónica sobre la constitución de un Estado ideal, que el de comenzar poniendo entre parén­ tesis la tradición poética ya que, sin elucidar el problema de la convenien­ cia o inconveniencia de un legado artístico tan respetado y querido por todos los griegos, no era posible continuar la investigación. De ahí que éste sea el problema que se debata en los primeros libros de La República. Pero, para centrar el asunto, Platón debía encontrar un motivo que le permitiera abordar con eficacia tan difícil tarea y para ello nada mejor que plantear un problema de virtud. Siendo la justicia una virtud indiscutida, pero muchas veces mal planteada o incomprendida por la tradición, le daba el punto de apoyo necesario para deducir de ella una serie de conse­ cuencias fatales para la poesía y, al mismo tiempo, le permitía establecer el fundamento más sólido para la constitución de una nueva virtud, indivi­ dual y colectiva. Con tal motivo, pues, comienza su indagación trayendo a la discusión una concepción tradicional y ampliamente difundida de justi­ cia que recoge el célebre poeta arcaico Semónides, según el cual «justo es dar a cada uno lo que le pertenece»7. De ahí en adelante ya no tendrá dificultad en tomar a Homero, Hesíodo y otros poetas por sus puntos más débiles, hasta hacerlos salir de la ciudad. No podía aceptar Platón, en esas condiciones, que Homero exaltara como altos valores, o por lo menos como asuntos dignos de ser referidos a los hombres, las pasiones y desórdenes espirituales de los dioses y de los héroes, cuando justo de lo que se trataba era de encontrar la fórmula que permitiera al hombre abandonar las pasiones y miserias espirituales, para reorientar y racionalizar el comportamiento humano. No se puede contar a los niños entonces que, por ejemplo, el padre de los dioses, incapaz de contener sus deseos eróticos, quería unirse a su esposa en un lugar indigno, o que Homero haga decir a Odiseo, excelente varón por su prudencia, que nada hay mejor en la vida que una buena mesa, y mucho menos contar como hecho cierto que los dioses se pelean, se engañan y se envidian mutuamente; ni que hubo una horrible guerra entre las divinidades, ni que Zeus reparte el bien a buenos y malos por parejo, como hace Homero en sus poemas. 7. Esta concepción tradicional recogida por Semónides, sirve de punto de partida a Platón para su ataque a la tradición literaria en La República. Nada mejor para introducir el tema que citar a un viejo y prestigioso poeta, para luego refutarlo. Cfr. R. 33 lc-d.

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