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130 J. O. COFRE Sócrates recurre a los principios de su concepción ética para condenar al ilustre Homero: «pero como los honores debidos a los hombres —dice— son siempre menores que los debidos a la verdad, he de decir lo que pienso» (R. 595d). Después de lo cual plantea su teoría de la imitación. Platón aborda el asunto del arte como actividad mimética desde su sistema y apoyado en él. Hay, pues, un ser real, verdadero, esto es, la Idea. Tomado como modelo el ser absoluto o ideal, el hombre puede construir otro ser, o semejanza de aquél, pero imperfecto en cuanto no comparte absolutamente la realidad de su modelo; y de este segundo ser imperfecto, compuesto de no-ser, puede derivarse otro objeto que ya es mucho menos real que el segundo y que, en verdad, no es más que sombra o ficción de la realidad. El artesano fabrica una cama, por ejemplo, pero él sólo realiza el objeto sensible, «porque no es la idea misma la que el artesano fabrica; esto es imposible». El artesano fabrica una cama siguiendo un modelo originario, real y auténtico. Esta cama —siguiendo el ejemplo platónico—, a su vez, es tomada por el pintor como modelo de su propia creación, cuando fija en el lienzo la pintura de una cama. Es una cama aparente. De suerte, pues, que «si el artesano no hace lo que es en sí, no hace lo que es real —argumenta Sócrates— si no algo que se parece a lo que existe y que sí es real (...), conforme a lo que acabamos de decir, ¿quieres que investi­ guemos qué idea debemos formarnos del imitador de esta clase de obras? (...). Pues hay tres clases de camas: una, la que está en la naturaleza y cuyo autor, a mi parecer, es Dios (...). La segunda es la que hace el artesano especializado en hacer camas (...). Y la tercera es la obra del pintor (...). Por tanto el pintor, el artesano y Dios son los tres maestros de esta clase de camas» (R. 596d). Ahí están, pues, los grados de la realidad: primero, la realidad en sí, cuyo autor es Dios; luego la obra sensible y tridimensional, fabricada por el artesano y, finalmente, la ficción pura, de una dimensión, pero que quiere aparentar realidad. Si el mundo sensible carece de valor para Platón, mucho más aún carecerá un mundo derivado de aquél y a dos pasos del verdadero. Es a este tercer grado de creación a lo que Platón llama ficción. El arte es ficción. Y no sólo el pintor, sino que: «en la misma forma lo será el autor de tragedias, por ser imitador: un tercero en la sucesión que em­ pieza en el rey y en la verdad. Y lo mismo sucede a los demás imitadores» (R. 597e). El arte, a la luz de estos antecedentes, no es más que imitación de la apariencia, lo que agrava aún más la situación del artista en el nuevo Estado pues, «bien lejos de lo verdadero está el arte de imitar». La crea­ ción artística es tan sólo «un mero fantasma».

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