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LAS ARTES EN LA REPUBLICA PLATONICA» 129 acción distinta y no comparable a ella? La poesía, podemos contestar, es una actividad del espíritu. No extendiendo más la definición es menestar preguntar a qué parte del espíritu nos referimos, pues el alma, nos dirá Platón, se compone al menos de dos grandes sectores: el racional y el irracional. A juzgar por el objeto a que se dirige —que no es el verdadero ser— no pertenece a la parte racional, por lo que no nos queda sino con cluir que debe residir en la parte colérica e irracional del espíritu. Pero, además, tampoco está gobernada por la razón. Luego, podemos continuar con nuestra definición: la poesía es una actividad del espíritu que reside en la parte ciega e irracional del alma, no sometida a la razón. Antes hemos dicho que, para Platón, sólo a través del ejercicio de la razón se puede ascender a la verdad, y como la poesía no participa de la razón, habría que suponer —siguiendo a Platón— que en modo alguno busca la verdad, por lo cual no podrá ser considerada como una actividad de provecho, pues no procura la virtud, ya que verdad y virtud están estrechamente asociadas. ¿Cuál será, entonces, el objeto de la poesía? Pla tón responderá: el objeto de la poesía es el no-ser, esto es, un objeto inau- ténticamente real, por tanto no más estimable que la opinión. Sólo por el camino del nous se puede llegar al conocimiento sistemático de los seres auténticamente reales; por la vía sensible el hombre se forma opiniones a menudo equívocas y sólo por casualidad verdaderas. De suerte que la acti vidad poética está en el ámbito de lo aparente, de lo que parece real, pero que no lo es. Y si la poesía no se ocupa del verdadero ser y de la verdad —según Platón— en modo alguno puede servir como formadora del ciuda dano integral, puesto que éste debe ser un hombre cabal, amante de la verdad y de la virtud, según lo exige el nuevo Estado platónico. Cuando más, pues, la poesía puede ser mimesis, imitación de la verdad, con lo cual de hecho queda en inferioridad frente a la filosofía y a la episteme, que sí son aptas para formar el espíritu en el conocimiento y en el amor a la verdad. En otras palabras, la poesía será imitación, y la imita ción, dentro del marco referido, no tiene más que un mínimo valor frente al ser que imita. Por estas razones Sócrates declara en su nuevo Estado que «no permitirá por ningún modo la poesía que sea imittiva» pues, «to das las obras de esos poetas, al parecer, causan los peores estragos en la mente de cuantos las oyen, si no tienen como contraveneno el conocimien to de cuál es su verdadera índole» (R. 595b)4. Y a pesar de la gran venera ción que la tradición y la cultura griega tienen al mayor de los imitadores, 4. PLATÓN, Obras Completas. Trad. M. Araujo, F. García L., L. Gil, J. A. Míguez, M. Rico, A. Rodríguez, F. P. de Somaranch, Madrid 1969.
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