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158 J. O. COFRE —deliberadamente o no— que en aquel diálogo su propósito era plantear las cuestiones lo más apegado posible a la tradición. La trizadura de la visión mítica comienza a producirse en 51c, y, poco más adelante, es abier­ ta cuando Platón, tratando de armonizar el cuento del demiurgo con su concepción gnoseológica, escribe: «Al ser esto así hay que admitir que existe una inmutable primera realidad: lo que tiene una forma inmutable, lo que de ninguna manera nace ni perece... lo que no es perceptible ni por la vista ni por otro sentido alguno, lo que sólo el entendimiento puede contemplar. Hay una segunda realidad que lleva el mismo nombre: es semejante a la primera, pero cae bajo la experiencia de los sentidos, es engendrada, siempre está en movimiento..., es accesible a la opinión unida a la sensación. Finalmente existe un tercer género, el sueño y sus semejan­ tes» (T. 51c, ss). Pocos pasajes de la obra platónica muestran con mayor claridad la constante lucha espiritual entre el filósofo y el legislador, preocupado el primero de indagar la verdad, cualesquiera sean las consecuencias y, preo­ cupado el segundo de no romper abiertamente con la tradición, a fin de no provocar una crisis para la cual el griego común no estaba preparado. De ahí, pues, que la concepción de los dioses que Platón expone en sus Leyes sea estrictamente conservadora. La vieja religión ha de ser mantenida y regulada en interés de la polis y, por muy difíciles que sean las pruebas que se puedan exhibir para reafirmar las clásicas creencias, «ningún legisla­ dor, por poco digno que sea de este nombre —dice Climeas—, debe des­ corazonarse; más bien debe como suele decirse, gritar con toda su voz para defender la doctrina tradicional, afirmando la existencia de los dioses... para asegurar la ley y el arte (nuevo), demostrando que existen por natura­ leza o por una causa no menos fuerte...» (L. 890c). Con lo cual nos parece que queda ya bastante claro que Platón hace de los dioses, no causas últimas, sino sólo funciones del Estado. Así, pues, Platón (a pesar de que su filosofía lo llevaba a la concepción única de la divinidad, cuando no a identificarla con el Bien), «se mantuvo aferrado a la vieja religión y no se consideró reformador religioso, sino filósofo»32. A pesar de que Platón en sus últimas obras opta por un repliegue en materia religiosa, en ningún momento su regreso lo lleva a dejar la concep­ ción religiosa en el punto en que la dejó la vieja poesía épica, lírica y trágica, para las que los dioses eran una suerte de fuerza aplastante y arbi­ traria, capaz de las mayores bondades, pero también de las peores intrigas. 32. Cfr. P. M. NlLSSON, o . c ., 152.

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