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156 J. O. COFRE Lo que realmente sucede, según nuestro parecer es que, en última ins­ tancia, en Platón hay un choque de valores. Por un lado está el filósofo amante sólo de la verdad, indagador que se vale únicamente de la razón para penetrar los misterios, pero por otro lado está Platón cuidadano, hombre que anhelaba instaurar una República nueva en la Grecia de su tiempo. Platón, que era deudor y heredero de una tradición y que sentía que sin ese legado de creencias no sería posible establecer un orden nuevo, al menos para la gran mayoría, que por naturaleza jamás tendría acceso al conocimiento y la verdad, no podía hacer tabla rasa de toda una tradición. Ellos no serían capaces de entender una concepción tan abstracta y difícil y, por consiguiente, no había posibilidad de que creyeran y aprehendieran los nuevo valores. Ante tal eventualidad, Platón ve claramente que al afir­ mar la identidad de la divinidad y del Bien, no sólo quedaba expuesto a correr la suerte de su maestro sino, principalmente, a ser incomprendido en sus afanes de configurar una nueva construcción ético-política. El hom­ bre común necesitaba imágenes, dioses fáciles de conocer y no se podía, por ello, inculcar que el Bien era el Dios. He aquí, pues, la causa del repliegue platónico en materia religiosa. Todas las condiciones intelectuales están dadas para que Platón plantee inequívocamente el monoteísmo —y hacia allá lo llevan sus investigaciones gnoseológicas— pero, sin embargo, no están dadas las condiciones éticas y políticas para entregar esa verdad a un pueblo que, después de todo, creía en sus dioses y esperaba tanto de ellos, lluego, Platón adopta una actitud intermedia. En primer término, tendrá sumo cuidado en no identificar el Bien con la divinidad, a fin de evitar la confusión en los no iniciados en la filosofía y para que no se malinterprete su investigación, confundiendo a Zeus con el Bien. En segun­ do lugar, tratará de armonizar la religión tradicional, reorganizando el mundo olímpico y dotando a los dioses sólo de virtudes, a objeto de que éstos púedan servir de excelentes modelos de la acción ciudadana. Y no es aventurado afirmar esto, si observamos que el filósofo Platón jamás descui­ da la preocupación ética incluso en sus investigaciones gnoseológicas. Aún más, es probable que Platón no haya alcanzado a plantearse interrogantes de tipo epistemológico-metafísico, si no hubiera tenido como norte en sus indagaciones las preocupaciones de tipo ético y político. Y es justamente por este camino como llega a la concepción de realidades inteligibles, de las que está perfectamente cierto que no es posible comunicarlas, ni menos hacérselas comprender, a todo el mundo. En el Timeo al hablar del autor del cosmos dice: «Sin embargo, descubrir al autor y al padre de este cos­ mos es una gran hazaña y, una vez se lo ha descubierto, es imposible divul­ garlo de modo que llegue a todo el mundo» (T. 28c); porque lo más proba-

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