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154 J. O. COFRE de todas las cosas, dando vueltas conforme a su naturaleza, cumple dere­ chamente su camino». (L. 715c; 716a. L. IV)28. Y pone al lado de el dios, la justicia y la ley divina que constantemente le siguen. En este texto no cabe duda que el filósofo griego está pensando en un dios, que es, el dios. Pero, verbigracia, en el libro décimo de Las Leyes, Platón pretende probar —ya no la existencia del dios— la existencia de los dioses y, luego, que éstos se preocupan de los asuntos humanos, con lo que el problema vuelve a quedar en un claro-oscuro; no obstante, pensa­ mos, sus pruebas lo conducen a verificar la existencia de un dios, o de una fuerza divina única no tanto de una multitud de dioses. A pesar de que todos los caminos llevan a Platón a concebir la existen­ cia, no de una multitud de dioses sino de Dios, nunca lo plantea rectamen­ te, y apn llega a utilizar el lenguaje mítico (Filebo) —que en otra ocasión tanto criticó— para referirse al asunto, dejando en penumbras una serie de interrogantes que cualquier lector atento se plantearía con facilidad, como por ejemplo: ¿Qué es el Bien Supremo con respecto a la divinidad? ¿Cuál está supeditado al otro? ¿Es posible identificar ambas realidades? Para algunos autores no cabe duda de que el Bien y Dios son exactamente el mismo ser, en la teoría platónica. Así Nilsson29. Jaeger escribe algo pareci­ do aunque plantea la razón que, según él, tuvo Platón para no dejar expre­ sa la identidad. «La posición solar que Platón atribuye a la idea del Bien —escribe— como rey del mundo inteligible le confiere una dignidad divi­ na, concebida al modo griego, aunque Platón no emplee precisamente la palabra Dios. Se abstiene, a lo que parece deliberadamente, de emplearla aquí por entender que el propio lector se encargará por sí mismo de repre­ sentarse esta idea y, además, porque a él le interesaba, seguramente, que su principio no se confundiese con la divinidad de la religión popular»30. En La República, «Libro X», cuando el autor plantea la teoría de la imitación, concibe con toda claridad tres tipos de seres de acuerdo a una escala que va desde el ser con mayor grado de realidad a aquel que es sólo una mera sombra del verdadero. En esa oportunidad Platón afirma que «Dios, queriendo ser verdadero creador de un lecho único, verdaderamen­ te... creó este lecho de naturaleza única» (R. 597e), que no es otra cosa que la idea de lecho. Por el contrario, en el Timeo, el Demiurgo o Dios, al crear lo hace con los ojos puestos en lo que es idéntico a sí; se sirve de un 28. P latón , Las Leyes, trad. y pról. de J. M. Pabón y Fernández-Galiano, Madrid 1960, 2 vols. 29. Cfr. P. M. NlLSSON, Historia de la Religiosidad Griega, Madrid 1963, 156. 30. W. J a e g e r , o . c ., 685.

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