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LAS ARTES EN LA REPUBLICA PLATONICA 127 saber»1. E inmediatamente después, para fundar su aserto, afirma una cuestión que de hecho incide de pleno en la «cosa pública» y en la admi­ nistración política. «Pues ni aunque hubiera en el pueblo, agrega, un buen atleta en el pentatlón o en la lucha, o si venciera por la velocidad de los pies (...) no por eso estaría mejor gobernada la ciudad»2. Con estas pala­ bras Jenófanes de Colofón centra el problema de nuestra investigación inmediata, pues enfoca con claridad y concisión una crítica austera y eficaz a toda la concepción tradicional de la fama que consistía en sobreestimar las bondades del cuerpo frente a las virtudes del alma. Observa muy bien el filósofo que existe un bien subestimado por las mayorías, pero que, sin embargo, es sólo gracias a él que subsisten las ciudades y las organizaciones sociales. Desde un comienzo la preocupación filosófica venía apuntando a la urgente necesidad de racionalizar la vida, las costumbres y las creencias entre los miembros de la ciudad-estado, oponiendo con ello una fuerte resistencia al pensamiento mítico y a las creencias referidas por los poetas, las que se habían convertido en artículos de fe y en eficaz vehículo educa­ tivo del pueblo griego. Y como la poesía, según entenderá Platón, no se dirige al sector racional del alma sino que gusta de manifestarse en la parte irracional, ciega y apasionada de ésta, que se complace en las ficciones y quimeras, la poesía se transforma en un poderoso agente capaz de subver­ tir el orden y la armonía propia de un hombre excelente, haciendo de éste un propenso a la irreflexión, a la cólera, a la locura o al vicio. Esta es, sin lugar a equívoco, una de las razones más poderosas de por qué Platón censura y condena al mundo cultural antiguo, modelado por los poetas desde Homero en adelante. Empero, conviene revisar el fenómeno desde su interior, pues existe una concepción profunda que lleva a Platón a reac­ cionar, como lo hace, frente a la poesía. Sin la debida consideración del conjunto de la doctrina ético-política del maestro, su pensamiento, en este punto, puede parecer del todo erróneo, caprichoso y superficial. Piensa Platón que entre el filósofo y el poeta hay una considerable distancia, pues el primero avanza por el camino del ser, de la verdad y la razón; el otro, en cambio, va por la ruta del no-ser, de la mentira y de la ficción. Pero lo más grave del caso es que para el grueso de la multitud —también para el estado oficial—, la poesía es la encargada de formar el alma ciudadana. Lamentablemente, dirá Platón, es una maestra que enseña mentiras, quizá sin saberlo, como también sin saberlo a veces enseña ver­ dad. La preocupación existe porque para el griego los valores estéticos no 1. Cf. Fr. 2. JENÓFANES DE C olofón : Fragmentos y Testimonios, Buenos Aires 1964. 2. Ibid.

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