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150 J. O. COFRE desgaste de la cultura y de las formas político-jurídicas de organización estatal y, sobre todo, de la educación. Este estado de cosas constituye el fundamento desde el cual Platón inicia la construcción de su nueva doctrina. Homero fue el primer gran poeta que inmortalizó las viejas creencias. El mundo olímpico de la llíada y la Odisea, corresponde a una concepción aristocrática de los valores. En este mundo se observa ya una crisis social y de autoridad. El gobierno difícil y accidentado de Zeus sobre los restan­ tes dioses, las guerras intestinas, las querellas, las debilidades divinas, la pérdida de la autoridad del Crónida, etc., son diversos síntomas de una sociedad de antigua estirpe que parece venir a menos. Como una clara confirmación de esta crisis socio-cultural aparece la obra de Hesíodo, inmediatamente después de Homero, quien se rebela con firmeza ante el orden social arbitrario y opresivo que mantiene una clase poderosa sobre sus súbditos. Como contrapartida a los rancios valo­ res nobiliarios cantados por Homero, opone las virtudes del trabajo y, como guardador del orden y de la nueva virtud, incapaz de deshonrar la justicia o de dejarla conculcada. Por otra parte, será la filosofía la que mejor recoja, interprete y desarro­ lle las viejas ideas del poeta-pensador beocio, aunque ello no aparezca evidente desde la superficie. Mas, una mirada atenta y orientada hacia la profundidad del discurrir del espíritu griego, sorprenderá en pensadores como Empédocles, Jenófanes, Heráclito y otros, decidoras muestras de un empalme con el poeta de los valores de un nuevo orden social y jurídico. Los atisbos de la poesía por mejorar la imagen de los dioses, a los ojos humanos, nunca fueron absolutamente eficaces, pues si en algunos momen­ tos ésta se dejaba llevar por el espíritu crítico y hacía observaciones refe­ rentes a lo impropio de los defectos que la tradición atribuía a las divinida­ des, rápidamente sucumbía ante el peso de la tradición al cantar, ella mis­ ma, aquello que antes negaba. Solón, Píndaro, Semónides, son excelentes ejemplos de esta débil e incipiente crítica. La causa fundamental, sin em­ bargo, estaba en que la poesía no racionalizaba los mitos ni las leyendas que constituían para los poetas, muchas veces, «la verdad conservada de labios de los mayores», ante los que sentían un respeto celestial. Los que con vigor y sistematicidad, por vez primera, embisten la pirá­ mide de creencias y valores de su pueblo, son los pensadores presocráticos; poco a poco van llegando al convencimiento racional de que la divinidad es ajena por esencia a los defectos y atributos humanos. Empédocles ya comprende, aunque sea ayudado de imágenes, la naturaleza probable de la divinidad cuando afirma: «no existen en él miembros con cabezas huma-

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