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148 J. O. COFRE de la divinidad y hablaron de dioses «dadores de destino». Aún Platón, ante la grave cuestión de encontrar un domicilio al origen del mal, tendrá que hablar de un poder paralelo a la divinidad —ya que es extraño a la naturaleza divinia el originarlo— en quien lo hará residir21. Así, pues, Platón apoyado en la nueva concepción del alma y la divini­ dad y, en la filosofía, podía refutar con éxito la antigua creencia de la predestinación de los hombres, dejando, en consecuencia, el campo despe­ jado para la acción de la justicia. Sin embargo no podemos dejar de señalar que Platón no conduce sus elucubraciones desde un punto muerto, sino que toma fuerza de la filosofía precedente y de un sentir generalizado que avanza a través de toda la poesía griega, en forma latente e irreflexiva y que tendía a rechazar la idea de la arbitrariedad divina y los excesos que mostraba la religión. Jenófanes ya había afirmado: «no es justo condenar a los hombres, si imitan la hermosa conducta de los dioses, sino a los que dan el ejemplo»; y Pisístrato llegó a decir: «si por vuestra debilidad habéis sufrido el mal no echéis la culpa a los dioses», sino a vuestra propia ignorancia y desconoci­ miento del bien, agregará Platón. Incluso más, habrá que aplicarse seria­ mente al conocimiento del bien, pues la divinidad es favorable al hombre. Este no ha sido hecho para ser juguete en manos de ella, pudiendo todo mortal alcanzar la felicidad realizando las acciones más bellas y perfectas, cumpliendo así con su propia naturaleza: la virtud, para la cual ha sido creado por la divinidad n. Los dioses, muy contrariamente a lo sostenido por la tradición, si se han de preocupar de los humanos, lo hacen para beneficiarlos, pero en ningún caso para llevarles el mal, puesto que ello está reñido con la natura­ leza misma de la divinidad, ya que los dioses «son buenos y honran la justicia mucho más que los hombres», nos dirá Sócrates. Muy a la inversa de lo que afirman los poetas es la realidad según Platón, pues la divinidad puso en el hombre la voluntad, que es el don más bello y más poderoso que puso Dios en el hombre al nacer, para que sea él quien rija sus accio­ nes y construya su destino, a la vez que su creador se libra de la responsa­ bilidad de ser causa de las desgracias humanas. De suerte, pues, que Dios dejó librado a la voluntad de cada ser humano la posibilidad de la forma­ ción de sus cualidades y de la modelación de su alma, conforme a la natural 21. Los griegos, que no conocieron ningún Satanás, no tenían otro recurso que atribuir el origen del mal a los dioses, o a una fuerza aún superior, pero indeterminada: la moira o el hado. 22. Cfr. Timeo, 4Id.

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