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LAS ARTES EN LA REPUBLICA PLATONICA 147 pasivo que recibe el mal y lo sufre con resignación, sin intención de cambiar un orden que se supone obedece a la voluntad superior de la divinidad. Pero Platón —para fundar su nueva concepción— no sólo tiene que dirigir su discusión contra las concepciones sustentadas por la poesía; tam­ bién debe reaccionar contra las peligrosas enseñanzas respecto de la justicia que estaba sustentando al menos un sector de la sofística. Esta había toma­ do algunas de sus enseñanzas de concepciones tradicionales, basadas en fuentes poéticas, según las cuales, como dijo Solón, «justo era endulzar la vida del amigo y amargar la del enemigo» o, según Semónides, para quien «justo es dar a cada uno lo que le corresponde», concluyendo que la justi­ cia no depara ningún provecho o utilidad al que la practica y que, por el contrario, no hace más que allegar infortunios al que la ejerce20. Los sofistas habían desarrollado estas ideas infundiéndoles una base teórica y aparentemente racional que Platón, desde luego, tuvo que comba­ tir y refutar en algunas de sus obras. «Los poetas, nos dirá Platón, y componedores de fábulas —(y los sofis­ tas, podríamos agregar)— se equivocaron gravemente cuando afirmaron que los hombre de bien son en su mayoría infortunados y que los malos son felices, en razón de lo cual convendría cometer injusticias a escondidas, si se admite que la justicia es un bien para los demás y un mal para el que la practica» (R. 392a). Naturalmente que basado en esas creencias no po­ dían tener más que éxito limitado las enseñanzas de una parte de la poesía que, una y otra vez, trató de cambiar la mentalidad del pueblo griego, especialmente de las clases dirigentes, que podían cometer impunemente las injusticias peores seguros de que no habría una mano que los alcanzase exigiéndoles reparación. El esfuerzo de los legisladores Solón, Pisístrato, Clístenes y algunos otros poetas por lograr un comportamiento más justo entre los hombre llevaba en germen la base de su propia negación. Si los malos son felices y los justos desgraciados y si, más aún, la divinidad es quien ha dispuesto los valores así, ¿qué sentido tiene que el hombre se empeñe en exigir aquello que los propios dioses no permiten? El busilis de la creencia tradicional radica en que ni Semónides, ni Solón, ni Píndaro, ni Sófocles, pensaron jamas en la posibilidad de erradicar el mal de la divinidad; el mal existía y, por fuerza, algún origen debía tener; los poetas pensaron que provenía 20. Es oportuno hacer notar que ya Hesíodo, en sus Trabajos y los Días, sentía una profunda aversión por la idea de que la justicia fuere un mal para el que la practica. La misma reacción aparece una y otra vez entre los líricos arcaicos, pero, en ninguno con tanta fuerza como en Teognis de Megara.

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