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146 J. O. COFRE practicarlo o no, dando origen con ello a una nueva paideia, basada en la posibilidad de la consecución de la felicidad como resultado directo de la acción del hombre sabio, que no consiente en actuar sino conforme a su virtud, esto es, con justicia. En otros términos, la nueva concepción de la areté que ha formulado Platón libera por completo a los dioses de las responsabilidades que son propias de los humanos y pone en mano de éstos la autodeterminación moral de sus acciones —tan sentida ya por la filosofía—, sobre la base del conocimiento del bien, haciendo incompatible de este modo el nuevo orden con el mundo dominado por la moira que encarna con tanta fuerza un Edipo en manos de Sófocles, quien junto a los poetas hace de éste, como de tantos otros héroes, juguete de la ciega volun­ tad del hado, a pesar de la inclinación natural que el alma del héroe mues­ tra para la virtud y la felicidad. La consecuencia inmediata de estas concepciones, puestas en escena o cantadas por los rapsodas, lleva a la multitud a deplorar el destino huma­ no y la naturaleza del hombre, haciendo de éste un ser negado para la felicidad, máxima aspiración humana,9. Esto mismo, por otro lado, debilita la posibilidad de hacer un esfuerzo de voluntad para ir a la conquista del conocimiento y la perfección del alma, pues si la divinidad maltrata de tal suerte a tan egregios varones, nada bueno puede esperarse para la ventura de hombres inferiores en sabiduría y prudencia. Ante esas extendidas creencias Platón no puede menos que decir: «La mayor parte de los hombres dicen que muchos, aún conociendo lo mejor y no pudiendo seguirlo, no quieren hacerlo, sino que hace todo lo contrario... vencidos por el placer del dolor o por otros impulsos» (Protag. 33-7, M. 164). Platón cree con la mayor convicción que el hombre sabio, a pesar de los infortunios externos a que pueda ser sometido, conserva la integridad de su virtud, bien formada y predispuesta a la felicidad y, por el contrario, ella sirve de luz en la oscuridad y de apoyo en los momentos difíciles de la vida, pues la perfección del alma es irreversible. Por ello, ante la resigna­ ción y la catarsis que la poesía ofrecía al hombre en los momentos de angustia y de dolor, el filósofo ateniense ofrecerá como única vía de salva­ ción el cultivo del conocimiento, porque sólo aquel que está en el camino del bien puede sobrellevar y resistir con éxito los peores infortunios. Que­ da, pues, desplazada la vieja cosmovisión que sitúa al hombre como objeto 19. Para el griego, la felicidad era el fin último de la acción y la deliberación humana, además del fin deseado por sí mismo y la aspiración de los entes bellos. Ella se convirtió en principalísimo objetivo de la ciudad-estado.

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