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126 J. O. COFRE separa aún más de la auténtica meta de toda deliberación e investigación humana. Platón no alcanza a comprender —o se niega a pensar— la autonomía de la obra de arte. El arte para él, si es que existe, debe ser comprometi­ do. Comprometido con el Estado y, por tanto, dependiendo por entero de la ética oficial. La finalidad estética de la obra de arte desaparece y, en compensación, Platón legisla sobre los principios y normas a que de­ ben sujeción las artes en el nuevo ordenamiento polític-jurídico de su Estado. Naturalmente que el resultado atenta contra la libertad de crea­ ción y produce un arte desvaído, sin gracia, sin profundidad ni trascen­ dencia. De ahí entonces que Platón, para conseguir sus propósitos de una ma­ nera integral, se dé a la tarea de revisar la tradición poética desde sus orígenes. Su trabajo —para sus propósitos— no es inoficioso, pues él nece­ sita dejar claramente establecido que su filosofía política no se erige sobre la tradición, sino contra ella. Al menos contra la tradición literaria puesto que, bien se conoce, Platón siente una admiración irresistible por la tradi­ ción pitagórico-órfica, de origen oriental que, en cambio, sí es integrada armónicamente en su concepción de la inmortalidad del alma y la naturale­ za de la divinidad. Así las cosas, de aquí en adelante el Sócrates platónico no tendrá incon­ veniente en proponer sistemática y coherentemente la educación estética del hombre, sobre la base de una nueva idea del alma. Tratará de compa- tibilizar la educación del alma y del cuerpo en una nueva concepción de la formación integral del ciudadano, en el cual la literatura y el arte quedarán supeditados a la ética y a la política. 1. C e n su r a a l a tr ad ic ión En el mundo griego cuando un atleta alcanzaba la victoria en cuales­ quiera de las competiciones que se efectuaban en los recintos consagrados a los dioses, era especialmente alabado por sus conciudadanos. Este era el sentir y el parecer de la multitud, no así el de los primeros pensado­ res que, desde un principio, rechazaron la vía de la opinión —propia del vulgo—, para afirmar el camino del ser, del conocimiento verdadero, perteneciente a una minoría de espíritu selecto. Jenófanes plantea ya el asunto con mucha claridad cuando afirma: «Pues nuestro saber es más precioso que la fuerza de los hombres y de los caballos (...), pero esto es pensado raramente, y no es justo preferir la fuerza al hermoso

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