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142 J. O. COFRE de dolor, acentuando así, aún más, el dolor humano que imita. No puede servir como modelo de formación estética la tragedia que presenta a los héroes presa del destino fatal, que les presenta mil peripecias destinadas a despertar lo miserando y lo tremebundo en el público espectador. De todo lo cual concluye Platón que el arte imitativo tiene una influencia mala en el alma humana, puesto que alimenta fuerzas peores, anonadando así la reflexión y la lucidez de la razón. Y más peligroso aún es este arte cuando se presenta ante espectadores inexpertos, sobre todo si son niños, pues la multitud y el alma infantil no están predispuestos a la reflexión y a la serenidad del espíritu, con lo cual se corre el peligro que la parte pasional del alma se sobreexite y, en consecuencia, la representación provoque en ella un sentimiento que desencadene una conducta anárquica y arbitraria, no sólo en el interior, sino también en las acciones. Lo mismo ocurre con las melodías, poesías o representaciones que pro­ vocan el paroxismo en el espíritu y despiertan deseos perniciosos que aten- tan contra la lucidez racional. Tal es el caso de las comedias que estimulan la risa, la que a su vez produce un desequilibrio anímico que fácilmente puede conducir al otro extremo, despertando irritación y cólera con el peligro consabido. Prohibidas quedan, pues, no sólo las comedias, sino también las melodías que alegran las fiestas e invitan al espíritu a la orgía y a la sedición del alma. «Por eso, escribe Jaeger, Platón quiere que los ‘guardianes’ no se ocu­ pen de representaciones dramáticas más que para personificar las formas de su auténtica areté. Y excluye por principio lo que sea imitación de mujeres, de esclavos, de hombres o conductas de carácter vil y de espíritus mezquinos, de toda clase de tipos que no participen de la kalokagathía » 15. De modo, pues, que la música, como modeladora del alma, debe tratar de alejar toda falta de gracia, arritmia y carencia de armonía en cuanto reflejen e imiten de alguna manera los caracteres dominados por la pasión y la lujuria y debe propender, en cambio, a conducir el alma desde la niñez por el camino de la belleza, manifestada en las bellas formas, y la imitación de los seres sublimes en los que las virtudes de la justicia, templanza, valor y prudencia proporcionan a las almas la armonía perfecta, que forma carac­ teres dignos de imitación. Una vez que la música ha modelado un alma sana, bella y naturalmente inclinada a la virtud, Platón plantea la necesidad de dotar al cuerpo de una educación capaz de hacer de él un objeto sano, bello y vigoroso. A la gimnasia le encomienda Platón dicha misión. 15 . W. Ja e g er, o . c ., 616.

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