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140 J. O. COFRE investigación a su punto de partida. Para los sofistas la discusión radicaba en torno a dilucidar si la virtud es de índole natural o artificial12. En el primer caso no quedaba posibilidad alguna de abordar el proble­ ma educativo; en el segundo la cuestión quedaba en manos de los hombres y, con ello, nuevamente se caía en el relativismo. Platón rechazará una y otra posibilidad al afirmar que la justicia es un don divino, con lo cual no soluciona el problema pero, al menos, deja entreabierta la posibilidad de replantear la discusión. Después Platón nos dirá que no es posible responder al problema de la factibilidad de enseñar la virtud, sin antes resolver una cuestión aún primera. Se trataba de averiguar con antelación, la naturaleza de la virtud en sí. Después de una larga investigación el filósofo ateniense llega a deter­ minar que la virtud no es múltiple sino una, y que ella no es otra que la llamada justicia , función rectora del alma bella, cuyo marco de acción está en el ámbito espiritual individual y colectivo, pues la felicidad —resultado último del ejercicio de la virtud— de un alma y la felicidad colectiva, se influyen y se afectan recíprocamente. En La República, Platón dedica su talento a averiguar qué es la justicia y a demostrar que fuera de ser lo más excelente que el hombre tiene, porque procura auténtica felicidad, es posi­ ble inculcarla en el alma del hombre a través de la educación, En Las Leyes, el filósofo afirmará que «todo aquel que algún día quiera sobresalir en algo, sea lo que sea, debe ejercitarse en ello desde la niñez» (L. 642d). Y el hombre, para sobresalir en lo específicamente humano, debe ejercitar­ se en su función propia — areté — y capital que lo hace exactamente hombre. La educación es, pues, esencialmente, modelación del alma y el mayor logro de aquélla será reanimar en ésta su natural inclinación a la justicia; una vez asegurado aquello cualquier acción que el alma virtuosa emprenda será necesariamente justa, con lo cual queda asegurada la armonía y feliz convivencia en la polis. Prosiguiendo nuestra elucidación corresponderá examinar la constitu­ ción del alma y el proceso para su modelación e instrucción. Platón supone cuatro formas de virtud, distinguibles, pero no separa­ bles. Ellas son: la templaza o prudencia; la valentía o valor; la sabiduría; y la justicia. Todas ellas caracterizadas por una perfecta interrelación o armo­ nía. Para habituar al alma a actuar conforme a ella —la armonía—, Platón exige que se comience educando el alma del niño en la música, pero «en 11. En el Menón, Platón supera la aparente aporta sofística al preguntar por la esencia de la virtud y no, como hacían éstos, por los «diversos» tipos de virtud.

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