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LAS ARTES EN LA REPUBLICA PLATONICA 137 virtudes. Con ello la justicia —que no posee una substancia, pues es funda­ mentalmente una relación— pasa a ser la virtud capital que posibilita el adecuado ejercicio de las capacidades humanas, y conlleva el orden y la concordia a las acciones emprendidas en la polis (R. 433-43da). El Estado perfecto será pues aquel en el que reine la armonía como producto de la exteriorización de las virtudes específicas de cada clase en particular y de la ciudad y el hombre en general. De cualquier modo, la investigación en torno de los factores que posi­ bilitan un nuevo ideal de hombre no han terminado «porque lo que hasta aquí hemos imaginado —dice Platón— lo traspasamos al individuo y, si hay coincidencia, todo va bien; si surge lo contrario en el individuo, volve­ remos al estado para examinarlo una vez más...» (R. 434e). En otros términos lo que habrá que averiguar ahora es la corresponden­ cia que pueda haber entre la índole del Estado perfecto y la esencia del alma humana. En cuanto el alma, ya hemos adelantado que Platón distingue en ella por lo menos dos sectores: uno racional y otro irracional. Pues bien, ahora se agregará un tercero con lo que se produce una reorganización en los siguientes términos: el sector en que reside la razón; el sector en que radica la concupiscencia; y la parte en que está la cólera. Cada uno de estos dos últimos ámbitos posee una energía propia que se puede orientar bien o mal, según vaya o no acompañada por la razón. Así, en un hombre en que domine la razón, se podrá asegurar que puede mantener un estado de equilibrio en los sectores impulsivos y volitivos del alma, con lo cual podrá gobernar, dominar y dirigir, en forma adecuada y útil, la energía de la cólera y la concupiscencia. En caso contrario —en un hombre de razón débil— , el desequilibrio puede ser tan notable que los apetitos y las pasio­ nes pasen a controlar y dirigir la acción y la deliberación del alma, con gravísimo peligro para la armonía, ya no sólo individual, sino colectiva. Y mucho peor aún, si tales hombres alcanzan dignidades de gobernantes y hombres públicos, que tienen en sus manos el destino de los estados. Por eso Aquiles —y tantos otros héroes— no puede ser tomado, al menos como lo conoce la tradición, como modelo de conducta, ya que posee un alma colérica y caprichosa que lo lleva a cometer los sacrilegios más gran­ des contra los hombres y, a veces, contra los dioses. Ni puede ser tomado por verdad lo de Homero cuenta de la lujuria de los dioses, pues, si ello es así, quiere decir que los seres que se tiene por más perfectos no gozan de armonía interior; son faltos de razón e incapacez de ejercer la justicia. Por el contrario, si hay un hombre que pueda servir de modelo de la acción del alma —y por ende de su conducta— él es Sócrates, quien en

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