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136 J. O. COFRE humana. En este momento Platón requiere ser entendido con absoluta univocidad. Recurre entonces al mito —del que aprovecha a su vez la subyugante fuerza que le ha otorgado la tradición— seguro de que con su auxilio se hará entender de todos, pues no se trata sólo de decir la verdad, sino que, junto a ello, convencer de la verdad. Aquí introduce Platón lo que él llama la «noble mentira», necesaria para persuadir especialmente a los que no pueden ascender hasta la filosofía. Sócrates comenta el proble­ ma en los siguientes términos: «Y ahora, cómo nos las arreglaremos para inventar una noble mentira de aquellas que, según hemos dicho, son de gran utilidad, y convencer con ella a los gobernantes y al resto de los ciudadanos (...). Para que pueda hacerse creer se necesitan grandes dotes de persuasión» (R. 114c). Nosotros no nos referiremos al mito mismo que, a continuación de lo extractado, Platón relata, sino más bien a la doctrina que éste implica. Efectivamente, en el Estado platónico se distinguen tres niveles sociales de índole casi natural; cada uno de estos niveles posee ciertas disposiciones originarias de los individuos que los conforman y sendas virtudes «sui generis». Están, primeramente, los ciudadanos que pertenecen a una estirpe su­ perior —raza de oro—, y que se corresponden con los hombres sabios e ilustrados cuya función específica es la de mandar; luego viene una clase levemente inferior a la de los gobernantes —raza de plata—, pero que sobresale por su valor y templanza, a ellos corresponde como función espe­ cífica defender la patria; y, finalmente, hay una clase inferior, pero necesa­ ria, que se guía por completo de la opinión y nada sabe ni puede conocer del verdadero ser: es la clase de los trabajadores manuales —raza de bron­ ce y hierro— a quienes compete mantener la infraestructura económica del Estado ya sea en la producción artesanal o agrícola. A cada una de estas clases sociales corresponde en particular una virtud específica: a los gobernantes la sabiduría, que se demuestra en el ejercicio del poder; a los guardianes les es propio el valor; y a los artesanos, el trabajo. Pero, además, cada uno de estos estratos recibe el efecto del ejercicio de la virtud de los otros pues, del buen gobierno, por ejemplo, no sólo se benefician los go­ bernantes sino, principalmente, la ciudad toda; y otro tanto ha de ocurrir en los casos restantes10. Esta especie de beneficio colectivo es posible gra­ cias a la existencia de un cuarto factor que no es propio de una clase de hombre en particular, sino del alma humana en general; nos referimos a la justica. Ella es la que asegura la interrelación armónica entre las restantes 10. De este problema Platón se ocupa especialmente en el Libro VI de La República.

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