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134 J. O. COFRE y subjetivas. Ejemplos de esta relatividad encontramos en los distintos mo­ delos de hombre virtuoso que los estados griegos sustentaron históricamen­ te; de ahí, pues, que sin «la sagrada norma de la razón o norma de oro», como la llama Sócrates, cualquier intento por sustituir la tradición habría de resultar tan atraviliario como la tradición misma. La razón será, pues, la gran arma que Platón blandirá en contra de Homero y sus seguidores, representantes del viejo orden. Platón era filósofo y, por tanto, un amante de la verdad; su lucha será contra la apariencia, representada por la tradición poética, lo que significa lidiar con la opinión generalizada respecto de los valores que la poesía conlleva desde Homero en adelante. La tarea de Platón estará orientada a configurar un hombre nuevo para la polis, formado en la nueva ética de base estrictamente racional. Esto a pesar de que muchos tratadistas suponen en Platón un relativo apego a las viejas costumbres y al linaje nobiliario —que en cierto sentido existe— ; mas, Platón no se propone formar una nueva areté de tipo nobiliario tradi­ cional al menos esencialmente, sino que intenta erigir la nueva virtud en un orden social nuevo cuyo nivel máximo lo constituye una elite intelectual. Aunque el ideal de areté estaba basado en la virtud heroica de corte nobiliario, la nueva virtud tendrá como soporte fundamental una completa concepción del alma o del estado interior, según lo llama Platón. Esto trae consigo un giro total en el mundo ético griego, pues, los valores, de exter­ nos, pasan a convertirse en virtudes del alma que no requieren apoyarse en situaciones exteriores para extraer su verdadero sentido. Los valores adve­ nedizos que poetizó la epopeya tradicional y toda la poesía posterior que­ dan reducidos a la apariencia, ante los valores en sí que constituyen formas y condiciones de la verdad. Si el hombre homérico —y literario en general— podía perfeccionarse en sus esfuerzos por conseguir la fama por una parte, y tratar de alcanzar la amistad de los dioses con sacrificios y presentes por otra, el ciudadano de la República platónica tendrá por tarea constante la perfección del alma a través del ejercicio y práctica de la virtud, única condición de un hombre perfecto. Los poetas habían sido los formadores de la vieja areté; ésta era inculca­ da a los niños y a los jóvenes especialmente a través del mito que por este motivo llegó a tener una significación pedagógica enorme en Grecia, pues «en los tiempos primitivos cuando no existe una recopilación de leyes ni pensamiento ético sistematizado, aparte de unos pocos preceptos religiosos y la sabiduría proverbial, transmitida oralmente de generación en genera­ ción, nada era tan eficaz para guía de la propia acción como el ejemplo y

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