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LO VIVO Y LO MUERTO DEL PENSAMIENTO HISPANICO 123 De procuranda indorum saluteAX. Al gran corazón de Las Casas le parecía, no sólo suficiente, sino sumamente eficaz, la predicación pacífica del Evan­ gelio. Pero J. de Acosta, con la experiencia de un siglo misional, distingue tres modos de predicación misionera. En primer lugar, la de los apóstoles, posibilitada por el ordo romanus del imperio. De este orden se aprovechó san Pablo hasta pedir defensa al Centurión romano para no caer en manos de sus enemigos. Esta defensa tenía también el misionero en las tierras sometidas al régimen español. Contra lo que se ha escrito J. de Acosta no pedía que fueran juntos el soldado y el misionero, sino tan sólo que el soldado garantizara la seguridad de la misión. El tercer modo de misionar consistía en internarse entre los aborígenes indios, exponiéndose el misionero a toda clase de peligros. Sobre él escribe J. de Acosta: «Los superiores de nuestra Compañía han ordenado sabia­ mente que, bajo especie de perfección evangélica, no se han de confiar temerariamente los predicadores del Evangelio al arbitrio de los bárbaros». En nota de la edición que citamos se da este informe sobre lo que san Francisco de Borja, general de orden, mandaba a los misioneros del Perú en 1567: «No se pongan fácilmente en peligro notable de la vida entre gente no conquistada, porque, aunque sea provechoso para ellos el morir en esta demanda del divino servicio, no será útil, para el bien común, por la mucha falta que hay de obreros para aquella viña» 42. A estas indecisiones iniciales siguió otra sobre el bautizo de los nativos. Los franciscanos, amplios y generosos, bautizaban a millares, a millones. Pensaban que a los nativos bautizados era más fácil hacerlos buenos cristia­ nos. Otros misioneros, por el contrario exigían una larga preparación. También Las Casas se enclinaba a este segundo método. En el campo político y civil es muy conocida la enemiga de Las Casas a las encomiendas. Pretendía que los indios quedaran sometidos directa­ mente al Rey de España. A estas dos tendencias se agregó posteriormente una tercera: las reducciones. Pero inicialmente pugnaban entre sí la enco­ mienda y la dependencia de la corona. Hoy, escarmentados con tantos abusos de la organización estatal, no vemos claro que Las Casas tuviera toda la razón. Tal vez hubiera logrado más, inculcando a los encomenderos que cumplieran con las leyes. Pero todo se fue en apasionados alborotos. Mientras tanto los problemas de la organización colonial no hallaban los debidos cauces. 41. El informe bibliográfico de ambas obras se da en las notas 11 y 12. 42. J. de ACOSTA, De procuranda..., o. c.} p. 172.

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