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EL ANUNCIO DEL EVANGELIO 101 El acierto tiene dos puntos de referencia esenciales: el conocimiento lo más perfecto posible de la revelación divina, de su palabra: lo que es esen­ cial a la misma, la voluntad de Dios comunicada, los contenidos objetivos de la manifestación divina, que culmina en la vida, predicación-enseñanzas de Jesús, la coherencia de su conducta con lo que problamaba en su anun­ cio y, como consecuencia de ello, la eliminación de que fue objeto por parte de los hombres y la aprobación por parte de Dios, manifestada me­ diante la rúbrica de su resurrección gloriosa. Y su continuación en la Igle­ sia que quiere Jesús. El otro acierto, igualmente necesario, debía haber sido la comprensión del destinatario de la evangelización, del hombre en cuanto tal. La revela­ ción divina o la evangelización le ha sido impuesta como una realidad o doctrina que debe aceptar de forma inapelable si quiere salvarse. El cristia­ no ha sido colonizado por los anunciadores del evangelio. Casi siempre. Y no nos referimos exclusiva ni principalmente al pasado. La actitud colo­ nialista frente al destinatario del evangelio ha sido y sigue siendo en gran medida una realidad estremecedora. El gran acierto de la «nueva» evangelización consiste hoy en tener más en cuenta al destinatario de la misma. Lo que se ha llamado «incultura- ción». Nunca será excesivo lo que se diga al respecto. Trátese de cualquier clase de cultura en la que viva inmerso el hombre. Estamos en el recto camino. Es el aspecto antropológico de la revelación. Exigencia del bilingüis­ mo de la misma, de las Semina Verbi, del nuevo lugar teológico: los po­ bres, de la civilización del amor y la solidaridad, de la pastoral al servicio del Reino. Estamos ante un buen momento para que se produzca otro acierto: lograr una concreción, lo más objetiva posible, de los contenidos de la revelación y de la consiguiente evangelización; la purificación, revisión y liberación de todas aquellas adherencias que se han ido vinculando al evan­ gelio sin tener nada que ver con él; presentar como evangelio aquello que lo es de verdad, despojándolo de todo lo que ha sido producto de las aportaciones de épocas y culturas pasadas que se «ha pegado» al mismo, y que hoy es anacrónico y repelente a la hora de la aceptación del evangelio. Es el aspecto teológico e incluso teàndrico de la revelación . La aculturación previa a la inculturación del evangelio pretendía destacar este aspecto. El «ardor, método y expresiones» se hallan implicados en el ser mismo del evangelio y de la evangelización. Son las mediaciones necesarias exigidas tanto por el origen de la revelación como por los destinatarios de la misma. Quien conoce el evangelio y al hombre al que debe anunciárselo hallará el medio adecuado para que el encuentro se haga posible. El «ardor, métodos

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