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EL ANUNCIO DEL EVANGELIO 83 de Jesús fue el de las intrigas de los apóstoles por el poder y por los primeros puestos. La razón aducida por Jesús para imponer una exigencia tan dura a los suyos fue su propio ejemplo: Pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida para redención de muchos (Me 10, 45). La promoción y participación del laicado se ha convertido en un géne­ ro literario. Es una frase bonita carente de todo significado, al menos en nuestras iglesias. Los seglares cristianos tienen que ser capaces de iniciar «una nueva presencia de la Iglesia en la nueva sociedad». Una nueva pre­ sencia cualitativa y cuantitativa (el subrayado es nuestro). Conviene hacer un esfuerzo de imaginación para pensar una Iglesia cuya presencia más notoria y efectiva en el seno de la sociedad sea el testimonio y la actuación de los seglares cristianos presentes y actuantes en los ambientes y las insti­ tuciones seculares de todos los órdenes135. En relación con los laicos utilizamos simultáneamente el sí y el no. Miem­ bros de la Iglesia, pero que no se metan en ella, en sus estructuras férreas, en sus programaciones confeccionadas en un verdadero ghetto clerical. La pre­ sencia de los laicos en la sociedad es necesaria. No lo es menos en el seno de la Iglesia. Pertenecen a ella y nada de lo que en ella ocurra debe resultarles indiferente. Dentro de la Iglesia deben ser fuerza, interpelación, juicio, crítica, orientación, información y apoyo. Deben tener voz y voto. Es cierto que los laicos no ahorran sacerdotes136. Pero no lo es menos que el desarrollo de los diversos ministerios y carismas dentro de la Iglesia ha sido paralizado, cuando es la acción del Espíritu la que les hace surgir en la comunidad cristiana. La organización eclesial da hoy la impresión de que el único carisma dentro de la Iglesia es el del gobierno. Es lastimosa la situación de muchas iglesias en las que un pequeño grupo clerical, con adhesión inquebrantable a la voluntad episcopal, deter­ minan el ser y el quehacer eclesial inventando anualmente un slogan —ge­ neralmente muy poco acertado hasta teológicamente— que se convertirá en el objetivo prioritario de la evangelización durante un año, como si de un producto de mercado se tratara. Y se añade mayor gravedad al asunto cuando se afirma que aquellos que no lo consideren como su objetivo prioritario, al que deben ajustar todos sus afanes apostólicos, se hallan al margen de la iglesia local. La vivencia litúrgica de la fe debe adquirir también una nueva expre­ sión. ¿Pretendemos que se viva comunitariamente y festivamente el miste- 135. F. SEBASTIÁN, En qué consiste la nueva evangelización , 129, donde recoge, en la nota 51, las manifestaciones de Juan Pablo II en el Discurso a los obispos de Granada y Sevilla (14-IX-1986). 136. F. SEBASTIÁN, En qué consiste la nueva evangelización , 130.

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