PS_NyG_1994v041n001p0007_0102
EL ANUNCIO DEL EVANGELIO 79 ción. A la revolución le añade novedad. El Reino es más que la revolución, más que la Iglesia. Esa actitud de novedad nos ayudará a la crítica y a la autocrítica. La conflictividad , que Jesús vivió intensamente, y dolorosamente. Con- flictividad con la familia, con los dirigentes de la sociedad, con los sacerdo tes, con la ley y sus intérpretes cualificados. No se trata de estar a mal con nadie. Pero sí se trata de asumir la conflictividad. Jesús no evitó la conflic tividad ni siquiera en la relación consigo mismo: sus angustias, clamores y lágrimas. El discípulo de Jesús que esté de acuerdo con todo y con todos, sobre todo con los dirigentes superiores a él, se hace sospechoso de una opción que no está motivada por la fe cristiana. Esta nos ha eliminado temores y nos ha dado seguridades. Lo que no nos ha quitado es la conflic tividad, que es una realidad existencial. La esperanza , como actitud de fuerza asegurada, de garantía total, de fuerza en el Espíritu. Coraje para enfrentarse con la mentira, con el mal, con la doble vida, con la desgracia, con la muerte y la rúbrica que el Padre puso sobre ella resucitándolo de entre los muertos. Nosotros sólo podemos vivir esta actitud de Jesús en esperanza128. El evangelizador debe renovar la espiritualidad envejecida que le fue inculcada en un pasado probablemente ya remoto. Fuimos formados dico- tómicamente. Se nos educó a ver la vida como partida, a sentirla y a vivirla en dos o en más divisiones. Fuimos formados para los actos concretos , para la contabilización de la gracia y del Espíritu. Sometíamos las realidades divinas a contabilidad. Al estilo fariseo. Se nos inculcó una espiritualidad individualista, intimista y poco comunitaria, poco solidaria y, por eso mismo, poco histórica. Dicha formación sigue siendo válida en sus puntos esenciales, pero hoy resulta fragmentaria y parcial. Debe recobrar nuevo ardor desde la espiri tualidad liberadora , que viva encarnada y ofrezca alguna solución a todos aquellos que se hallan poseídos por cualquier tipo de esclavitud; desde el valor y vigencia de las virtudes cristianas , que no constituyen un fin en sí mismas, sino que tienen la finalidad de convertir al evangelizador en el soporte y en la plataforma adecuados para transmitir el mensaje salvador; desde la práctica auténtica de la obediencia. San Pablo habla de la obedien cia de la f e (Rom 1, 5; 16, 26). Una obediencia que tiene como base la fe, que escucha la palabra de Dios en los signos de los tiempos y responde a sus exigencias. Una obediencia así, es decir, escuchar a Dios en el pueblo, supone dolorosas decisiones, opciones audaces que sólo pueden fructificar 128. P. C a s a ld á lig a , El vuelo del Quetzal , 67-68.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz