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EL ANUNCIO DEL EVANGELIO 13 Es preocupante la obsesión del actual Pontifica por la «nueva evangeli- zación» a la que dedica cuatro números, 106-109, en la Veritatis Splendor. Y más preocupante todavía que la vea justificada desde Me 1, 15; Hch 2, 37-41; 3, 17-20; Jn 3, 5; Rom 12, 1; Fil 3, 3; Gál 5, 6. Son textos elemen tales en los que la comunidad cristiana original vio las exigencias éticas impuestas por el hecho cristiano. ¿Dónde está, pues, la «novedad»? Si lo «nuevo» consiste en vivir el evangelio y sus exigencias ético-morales esta ríamos de acuerdo. Esencial punto de partida Todos los grandes temas desarrollados en el Nuevo Testamento se hallan anticipados y prefigurados en el Antiguo. Por supuesto, también la evangelización, que debe verse dentro del arco de tensión existente entre la dinámica promesa-cumplimiento. 1. La evangelización como promesa El verbo bisar , anunciar una buena noticia, y el participio sustantivado mebasery anunciador-evangelizador, implican en su misma entraña la ale gría por una buena noticia que habla de liberación. El recurso a los mismos se halla motivado por las circunstancias especialmente críticas por las que pasa el antiguo pueblo de Dios a partir de su deportación a Babilonia: ha perdido su identidad; arrancado de su tierra, vive la situación humillante del desposeído de todos los más elementales derechos humanos; han desa parecido su poderío temporal-político, su gloria suprema que la constituían el lugar sagrado e inviolable del templo y la ciudad santa de Jerusalén; el sistema sacrificial... En estas circunstancias se alza la voz del mebaser , que anuncia la paz, la buena noticia, la salvación, la gran victoria de Yahvé, su ascensión al trono, su señorío, la irrupción del tiempo nuevo: ¡Qué hermo sos sobre los montes los pies del heraldo, del «mebaser», que anuncia la paz, que te trae la nueva buena, que pregona la salvación, diciendo a Sión: Reina tu Dios (Is 52, 7). Cuando habla el evangelizador se cumple aquello que anuncia como buena noticia; su proclamación se hace realidad: la salvación es inseparable de la palabra que la anuncia. El mensajero transmite una palabra que tiene poder creador. Es la misma palabra de Dios que creó y rige el mundo, lo gobierna y conforma la historia19. 19. G. FRIEDICH, Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament (= TWZNT) II, 706.
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