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72 FELIPE F. RAMOS liberacionista, cuyo esquema programático expusiera G. Gutiérrez, siendo por ello considerado el inspirador de esta nueva corriente teológica. Los teólogos liberacionistas propugnan una evangelización que trueque los imperativos socio-culturales de la teología europea por una reflexión inspirada en la praxis misma de esas etnias a las que se pretende liberar. Y así se ha puesto en marcha un programa teológico-pastoral que, encar­ nando la denuncia profètica, libere el mensaje evangélico de su ancestral servilismo a los sistemas de opresión para convertirlo en patrimonio de los oprimidos. La teología de la liberación tiene su base más sólida en la historia salvifica, particularmente en la historia del antiguo Israel. Jesús siguió en la misma línea, conectando con los marginados de su tiempo; alejándose de la clase teológica clásica, cuestionando o simplemente negando al Dios que ellos, los teólogos de la época, se habían fabricado domesticándolo a su medida; acercándose a los «malditos» por su desconocimiento de la Ley: Pero esta gente, que ignora la Ley, son unos malditos (Jn 7, 49). En sintonía con la trayectoria bíblica, los teólogos liberacionistas pro­ claman la liberación de la esclavitud: En verdad, en verdad os digo que todo el que comete pecado es esclavo del pecado... Si, pues, el Hijo os librare seréis verdaderamente libres (Jn 8, 33.35); liberación del pecado y de toda esclavi­ tud, de toda situación generadora de injusticia a nivel religioso, social, cultural, político y económico; liberación de un evangelio puesto demasia­ das veces al servicio del poder y de la clase dominadora; liberación de una teología de gabinete encerrada en especulaciones sobre las procesiones y relaciones divinas «ad intra»118. Una evangelización liberadora debe ser una evangelización inculturada. Desde el problema étnico y con una perspectiva cultural, surge como suje­ to el grupo indígena o autóctono, cuya liberación integral exige respeto, conservación y dinamización evangélica de la propia cultura. Urge enton­ ces unir las dos perspectiva, aunar liberación e inculturación. Los grupos autóctonos o indígenas no son pobres en su propia cultura, sino cuando se integran en culturas ajenas y dominantes. Su auténtica e integral liberación implica tanto la desaparición de su pobreza económica (DP 34) como la conservación de su propia riqueza cultural (DP 1164). Imponerles formas religiosas culturales ajenas, confundir la evangelización con la imposición de otra culturay sería para ellos nueva forma de sufrir la amenaza de la «adveniente cultura universal», de la que habla Puebla. La acción misionera que quiera llegar legítimamente al anuncio explícito de 118. A. SALAS, Inculturación y liberación , 132-134.

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