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70 FELIPE F. RAMOS de América Latina comenzó a elaborar su propia reflexión cristiana. A raíz de esos años, dejó de importarla de Europa. Si la teología debe ser una respuesta de la fe a los desafíos de la reali­ dad objetiva, tal y como ésta se presenta, ¿cuál es el acontecimiento carac­ terístico de América Latina en este siglo? La respuesta es clara y evidente para aquellos pueblos: Es el ser latinoamericano despojado de su misma condición de persona, privado de los más elementales derechos. De aquí nace precisamente la teología de la liberación, que es la reflexión hecha por los cristianos oprimidos, que descubren que el designio liberador de Dios es la construcción de un mundo sin cadenas y de una sociedad nueva donde tenga su asiento la justicia. La teología cristiana no será capaz de captar la realidad en toda su compleja contradicción si no se deja ayudar de las ciencias sociales —de la economía política, por ejemplo—, ciencias que nos llevarán como de la mano a desenmascarar al sistema generador de la injusticia, del racismo y de la opresión en sus formas más sutiles y disfrazadas. La teología de la liberación cuestiona con valentía qué tipo de sociedad justa hemos construido en ese mundo que se proclama cristiano. Y arranca la cajeta a aquéllos que, profesándose cristianos, viven en bochornosa com­ plicidad con unas estructuras que visceralmente no pueden producir más que voracidad, injusticia, opresión y muerte. El estilo cristiano de vida debe ser resultado de una fe entroncada con una realidad que nos toca vivir. Y es un reflejo de nuestra manera de entender a Dios. Es un error imaginar que todos creemos en el mismo Dios. No existe absolutamente ninguna semejanza entre el Dios de los oprimidos y el Dios de los opresores. No olvidemos la más elemental doc­ trina bíblica plasmada en las páginas del AT. Lo más inquietante para los profetas de la Biblia son esos dioses creados por los humanos a la medida de sus intereses. Tales dioses dejan de serlo para convertirse en ídolos. En nombre de Dios se cometieron y siguen cometiéndose las mayores atrocidades. No basta reflexionar sobre la naturaleza y los atributos de Dios* al estilo de la teología clásica. Ese Dios descendió a la arena, se hizo historia de nuestra historia, fue pobre en medio de los pobres. Este hecho debe ser determinante de la reflexión cristiana que tiene que ser encarna- cionista , actualizada, expresada y encarnada en el tiempo y en el lugar de cada cultura; tiene que ser trinitaria , resaltando la iniciativa liberadora del Padre, la realización concreta de la misma por el Hijo y la presencia cons­ tante del Espíritu como sucedáneo y continuador de Jesús. Así se pondrán de manifiesto las exigencias de comunión y de alteridad que deben reflejar­ se en el comportamiento humano; redentora , rescatadora de las esclavi-

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