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64 FELIPE F. RAMOS pactar con la muerte de los pobres ni hacer poesía de sus miserias, alimen­ tándolas con promesas de una vida futura mejor. Los pobres, como tales, son signo y expresión de la agresión de un sistema voraz. Y donde se agrede al pobre, Dios mismo se siente agredido105. El verdadero culto querido por Dios es la búsqueda y la práctica del derecho y de la justicia (Is 1, 11-17). La conducta que no sea fruto de estos principios es pura palabrería (Me 7, 6; Mt 23, 23). La práctica de la justicia es, en definitiva, el culto que verdaderamente agrada a Dios. Cristo lo dijo sin rodeos (Mt 7, 21). Con decir ¡Señor, Señor! no se cumple la voluntad de Dios. Es necesario el esfuerzo para hacer realidad su proyecto de im­ piantai en el mundo su reino y su justicia (Mt 6, 33), a costa incluso de riesgos personales y de los propios intereses. Recientes documentos oficiales de la Iglesia nos sitúan en esta misma perspectiva evangélica. En el Documento del Sínodo de Obispos (Roma, 1971) se habla de la «acción de la justicia, como una dimensión constitutiva de la predicación del evangelio y de la misión de la Iglesia en favor de la liberación del género humano de todas las situaciones de opresión. El men­ saje evangélico conlleva la exigencia de la justicia en el mundo (Números 6 y 36;. La Iglesia ha manifestado su «opción preferencial por los pobres» (DP 320; 324; 711; 1119 y 1217). En la misma línea se manifestó la exhor­ tación pastoral EN 3 0 106. La opción por los pobres es el punto de partida de la nueva evangeliza- ción. Sus comienzos se remontan a Medellín (DC, Documento del CELAM para la preparación de la IV Conferencia del Espiscopado). El documento de Medellín (1968) hablaba de una Iglesia auténticamente pobre, misione­ ra y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometi­ da en la liberación de todo hombre y de todos los hombres. Sin duda alguna el presupuesto más importante de Medellín es «una clara y profèti­ ca opción preferencial y solidaria por los pobres. El pueblo de Dios se convierte entonces en el pueblo «pobre» de Dios, escribe con acierto Jon Sobrino. En muchos lugares, religiosos, sacerdotes, obispos y hasta carde­ nales se sienten miembros del «pueblo pobre» de Dios; mientras tanto los pobres irrumpen en la Iglesia, proclamando con espontáneo gozo y profun­ da convicción, su pertenencia eclesial y, al mismo tiempo, dando a la Igle­ sia una forma de ser, más vital y más cristiana. Simultáneamente oprimido y creyente, este «pueblo que no era pueblo y que ahora es pueblo», se 105. Reflexión cristiana en Guatemala, Caminos de Cristo en Guatemala, 49-50. 106. Reflexión cristiana en Guatemala, Derechos de los pobres, derechos de Dios, 1990, 135-136.

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