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56 FELIPE F. RAMOS También la antropología dualista condicionante de muchas verdades de fe necesita una revisión profunda a la luz de la revelación bíblica, que no es precisamente dualista sino monista. ¿Cómo puede aceptarse la expresión de la liturgia funeraria: «estos restos que ahora enterramos resucitarán el último día»? El espacio intermedio entre la muerte y la resurrección tiene otra alternativa en el cuarto evangelio, en el cual sencillamente no existe. El que cree ha pasado de la muerte a la vida (Jn 5, 24-28). «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11, 25). El que cree en Cristo se adhiere a la vida y participa plenamente con él a partir del momento mismo de la muerte. «Yo no creo que resucitaremos después, al final, el día de las trompetas del jucio final. Esto, por supuesto, es discutible teológicamente; hay opiniones varias. La fe no explica muchas cosas. San Pablo en este particular también se sale del tema con poesía: “sembramos corrupción y recogemos incorrupción”... No sabe cómo decirlo»95. La misma alternativa de una evaluación personal, actual y progresiva, ofrece el evangelio de Juan en el tema del juicio (Jn 3, 16; 5, 27), en referencia al juicio final, con tribunal incluido, que nos ofrece Mateo desde unas características apocalíticas que nosotros no hemos sabido interpretar al entenderlas al pie de la letra. De este modo hemos fijado y absolutizado la forma en que tendrá lugar el juicio. La evaluación progresiva, la que va realizándose a través del curso de la vida es más humana, más existencial y más evangélica96. La mariología expuesta en categorías maximalistas, partiendo del con­ cepto de privilegio que cuajó en el principio «de Maria nunquam satis», no favorece la devoción mariana. La consideración bíblico-evangélica esta­ blece el principio de la inseparabilidad entre María, Jesús y el pueblo salvado. El Magníficat, síntesis perfecta del evangelio, presenta a Maria cantando la realidad liberadora de los pobres y marginados. Ella siguió el camino de la fe, muchas veces en la oscuridad que ella comporta, con la aceptación humilde de lo que la voluntad de Dios la dictaba. No seguimos, no pretendíamos ser exhaustivos. Sólo intentábamos des­ tacar la necesidad de una aculturación previa a la inculturación del evange­ lio. ¿Cómo se puede llegar a la madurez de la fe sin purificar ésta de unas adherencias del pasado y que hoy significan un obstáculo serio para la aceptación del evangelio y de la evangelización eclesial? Sobre todo tenien­ do en cuenta que dichas adherencias no son evangelio, sino el producto cultural de una época pasada. 95. P. C a sa ld á lig a , El vuelo del Quetzal , 50-51. 96. Dicha interpretación literalístico-apocalíptica es la que presenta como incuestionable el Catecismo de la Iglesia católica (nn. 1038-1040).

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