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EL ANUNCIO DEL EVANGELIO 55 ¿Cómo se justifica evangélicamente una comprensión piramidal de la Iglesia en cuya cúspide hay un oráculo cuya voz debe ser aceptada con religioso silencio incluso por las Conferencias Episcopales que le escuchan como doctrinos que nada tienen que decir a sus pronunciamientos oracula­ res? Muchas veces se ha confundido la doctrina de los apóstoles (Hch 2, 42) con el Magisterio de la Iglesia. ¿Cómo pueden soportar oídos cristianos y, sobre todo, oídos paternos, a propósito de una liturgia bautismal en la que participamos no hace mu­ cho tiempo, que este niño que vamos a bautizar era hasta ahora posesión del diablo? ¿No ha llegado todavía la hora de revisar el arcaísmo atávico del pecado original que heredamos todos por descender de una primera pareja que nunca existió? ¿Es que puede heredarse la culpa moral? Ya el profeta Ezequiel se rebeló contra semejante concepción vinculando el pe­ cado a la decisión personal (Ez 18, 4)94. Experimenté la ausencia de la más elemental sensibilidad «pedagógica» y humana, hace ya algunos años, al leer el Boletín Oficial del Patriarcado Latino de Jerusalén en italiano, con algunas notas en árabe. Por supuesto, el Patriarca era también italiano. No podemos ser meros epígonos ni siquiera en la repetición de las verdades de fe formuladas en el credo y que el pueblo cristiano repite, al menos, cada domingo. Yo puedo pertenecer al diez por ciento de los que entienden el «lumen de lumine», luz de luz. Pero ¿qué dice la fórmula al 90 por ciento restante? Yo entiendo que el Hijo es igual al Padre, que participa de su misma naturaleza y dignidad, cuando confieso que «está sentado a la derecha del Padre». Pero, en China, el hijo del emperador no se sienta a la derecha, sino a la izquierda del padre. Para él, afirmar que el Hijo está sentado a la derecha del Padre equivale a rebajar su dignidad; caer, casi inevitablemente, en un subordinacionismo contrario a la fe. Re­ sulta que, entonces, la misma fórmula puede expresar la fe auténtica o la herejía condenada. «no pueden recibir...». De este modo cuando les sea reconocida la posibilidad de acceder a él, no resultará tan bochornoso para quien lo hubiese redactado de este segundo modo. 94. Produce verdadero sonrojo y vergüenza eclesial que haya sido publicado un libro, dentro de la colección «Historia salutis», con censura eclesiástica, en el que podemos leer afirmaciones como éstas: «...pensamos que Cristo habla constantemente del pecado original» (p. 313); «...no podemos dudar de que la existencia del demonio pertenece al núcleo mismo del evangelio» (p. 320); «el hombre nace poseído del demonio ». Es la síntesis que hace el autor de la tradición patrística, litúrgica y conciliar. J. A. SAYÉS, Antropología del hombre caído. El pecado original , BAC, 1991.

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