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EL ANUNCIO DEL EVANGELIO 47 tiene de particular que la «inculturación» se haya convertido en la palabra mágica, como si de una novedad sorprendente se tratara. En realidad, la inculturación es necesaria para que surja la iglesia local, no para la plantatio Ecclesiae. Lo importante es evangelizar. Pablo VI define la evangelización como «anuncio de Cristo a aquellos que le ignoran, predicación, catequesis, bau tismo y administración de los sacramentos» (EN, 17); «llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad, convertir la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en que ellos están com prometidos, su vida y ambiente concretos» (EN 18); «transformar con la fuerza del evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad» (EN 19). Y se concluye que la evange lización «es un proceso complejo con elementos variados: renovación de la humanidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado» (EN 24). Para Cristo evangelizar es proclamar el Reino de Dios (EN 8). Y esto significa: liberación de todo lo que oprime al hombre (EN 29). Para ello se exige una radical «metánoia» (EN 10), que proporciona una profunda alegría (EN 9). Estos cuatro elementos —reinado, liberación, metanoia, alegría— constituyen el programa de Jesús (LC 4, 16-22 ) 79. El evangelio en cuanto poder de Dios para la salvación de todo el que cree (Rom 1, 16), exige una historificación concreta', hacerse historia presen te e interpelante para aquellos a los que es anunciado; adaptarse a la men talidad y cultura de los posibles receptores del mismo; injertarse en el árbol que le va a sustentar y al que va a enriquecer con la oferta de sus posibilidades insospechadas; respetar e impulsar el ansia y la lucha que cada pueblo mantiene para conservar su propia identidad. La historia de la evangelización ha sido la historia de su inculturación. Jesús de Nazaret, que no elevó a principio universal ninguna cultura, ni siquiera la cultura judía a la que se adaptó, llegó a nuestro mundo, como el evangelio de Dios, «inculturado» en un término que todo el mundo entendía: Palabra , con todas las implicaciones que dicho vocablo connota. Pablo fue el teólogo inculturante del evangelio para el mundo griego. Consciente de su responsabilidad y del riesgo que corría tuvo la ocurrencia y osadía de presentar el evangelio como la «sabiduría de Dios» (1 Cor 1, 17-3, 23). Predicaba el evangelio a gentes para quienes el último punto de referencia era la «sabiduría». En su predicación a los gentiles prescinde de los recursos que utilizaba cuando se dirigía a los judíos —fundamental- 79. J. ESPEJA, Cómo evangelizar hoy, 114.
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