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EL ANUNCIO DEL EVANGELIO 37 Pueblo de Dios, es la inmensa mayoría. Por otra parte, hablar de Iglesia popular significaría, significa una Iglesia en la base , donde están los pobres. Una Iglesia en el lugar donde se puso Jesús. Una Iglesia en el pueblo que se reconoce, que recobra su identidad, que asume su proceso. Dice L. Boff que Iglesia popular no se opone a Iglesia jerárquica, sino a Iglesia burguesa. Evidente. Y se opone también a Iglesia clerical, en el sentido peyorativo de la palabra (una Iglesia clericalizada). La Iglesia popu­ lar acaba siendo la Iglesia pueblo de Dios, que opta realmente por los pobres, que se pone en su lugar, que toma partido por ellos, que asume su causa y sus procesos. Una Iglesia también que tira de la jerarquía y del clero, tira de la teología...61. En la nueva evangelización, el protagonismo misionero le corresponde a todo el Pueblo de Dios y, obviamente, al laicado seglar, que constituye el 97,8 por 100 de sus miembros. Si el mayor peso de la primera evangeli­ zación recayó sobre los ministros ordenados y los monjes o religiosos, en la segunda evangelización esa responsabilidad corresponde a todos (LG 13; 31; PO 2)62. La descripción de L. B off 63 es particularmente aceptada. Este es uno de su títulos: Sube el pueblo; descienden los obispos (p. 104). Los detrac­ tores de la Iglesia popular asocian a ella palabras de grueso calibre: «socialismo», «marxismo», «violencia», «revolución», «liberación». Ninguna de estas palabras se oyeron en el encuentro de Canindé, al que asistió L. Boff . Lo que sí hubo para nosotros, los asesores y los teólogos, fue un fascinante espectáculo de un gran encuentro llevado con auténti­ co sentido de organización, de firmeza y de participación general. Como en otras ocasiones, todo era encauzado por los miembros de las bases: la temática, la organización de los grupos, las asambleas plenarias, el orden de las celebraciones. Pero no se constituyó ningún «ghetto» cerra­ do, porque todos y cada uno de los diferentes grupos gozaban de repre­ sentación (obispos, agentes de pastoral, etc.). Se valoraban, eso sí, las diferencias. En ningún momento se incurrió en un democratismo inge­ nuo o en demagógicas «nivelaciones». Al contrario: los miembros de las bases se enorgullecían de la presencia de sus obispos. Estos escuchaban con atención las «parénesis» (exhortaciones y mensajes) de los laicos, hombres y mujeres humildes, pero profundamente comprometidos en 61. P. C asald álig a , El vuelo del Quetzal , 80. 102-103. 62. J. C. R. G arcía P aredes , La identidad de la vida religiosa en la nueva evangeliza­ ción , 166. 63. L. B o ff , Y la Iglesia se hizo pueblo. «Eclesiogénesis»: La Iglesia que nace del pueblo , Santander 1986, 104.

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