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EL ANUNCIO DEL EVANGELIO 31 que defendió deben seguir en la comunidad que él fundó, en la Iglesia. Sin comprender el pensamiento y la voluntad de Jesús en este punto no pode­ mos tener la pretensión de conocerle a él. Es fundamental conocer la Igle­ sia que Jesús quería. Ella configura la jerarquía y el clero que necesitamos, la teología que debemos hacer, la liturgia que debemos celebrar, el derecho canónico que aceptemos y el nivel de kenosis histórico-pastoral en la que debe vivir47. La Iglesia es instrumento del Reino. Lo mismo que Jesús. La Iglesia y el discipulado que él quería los veía desde la óptica del Reino; desde el servicio prestado al hombre, a la mujer, a la humanidad, a la historia que Dios quiere, en la que se realice su voluntad, que eso es el Reino. La Iglesia es instrumento del Reino. Aunque no sea el único. Hay muchas gentes que trabajan por el Reino y no han oído hablar del Señor ni de su Iglesia. Nunca agradeceremos bastante las palabras pronunciadas por Jesús con motivo del juicio «final» (Mt 25, 31ss). Con ellas se deshacía la posible tentación de identificar la Iglesia con el Reino de Dios. En ella Jesús se materializó , tal vez como contrapeso a la excesiva espiritualización que le considera como desentendiéndose de nuestros problemas. La opción de Jesús por el Reino se nos presenta en algo no sólo muy histórico, sino muy cotidiano, y muy «material»: la comida, la bebida, el vestido, la cárcel... El Reino es algo concretísimo, inmediatísimo, eminentemente histórico, sin dejar de ser a la vez completamente trascendente. Jesús en su vida nos presentó el Reino de Dios como la Causa de Dios , la voluntad de Dios, que coincide prácticamente con la causa del Hombre: la justicia, la dignidad compartida, la igualdad, la paz. Naturalmente que, como cristianos, creemos que ese Reino se plenifica en la vida eterna, en la gloria del propio Dios. Pero ese Reino empieza aquí, se va construyendo en un proceso realmente revolucionario aquí y ahora48. La Iglesia es signo-sacramento del Reino. La palabra «signo» expresa una relación, algo alusivo, remitente, se refiere a algo más allá de sí mismo. Pero el signo tiene una estructura dialéctica: es revelación en velación, presencia que acaece en el marco de la ausencia, manifestación a la vez que ocultamiento. Por eso el signo tiene que ir acompañado por la palabra que lo explique y le dé sentido. Y esta palabra, como toda palabra, pide ser acogida en la fe. Cristo, como el «siervo de Dios» es la personificación de todo el pue­ blo de Dios con una dimensión universal: ser luz para las naciones. Es el 47. P. CASALDÁLIGA, El vuelo del Quetzal , 103. 48. P. CASALDÁLIGA, El vuelo del Quetzal , 48. 69. 92.

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