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28 FELIPE F. RAMOS lable y pone de relieve su dimensión universal: del Exodo se pasa al Libe­ rador; de la resurrección de Jesús se pasa al Autor de la vida. La pretensión de Jesús fue dar vida y vida en abundancia (Jn 10, 10). Así se convierte en parábola de lo que todo hombre es y busca: un ser llamado a una vida feliz y dichosa. ¡Nada es más concreto y al mismo tiempo más universal! Lo específicamente cristiano, que es la vida, es de tal naturaleza, que une a todos los hombres y no resulta extraño para ninguno. Lo que en Jesús aparece es que no hay vida auténtica e imperece­ dera fuera de la referencia a Dios. El mensaje de Jesús se presenta como una buena noticia para el hombre de parte de Dios. Esta noticia no se impone por medio del poder, como de hecho pretendía el tentador (Mt 4, 3-9) y siguen pretendiendo todos aquellos que, al aceptar el Reino, lo consideran como una demostración de poder, cuando para Jesús es la demostración de una comunión auténtica. El colonianislismo es la negación de esta verdad evangélica, pues la imposi­ ción es incoherente con el anuncio del amor, que siempre «edifica» (1 Cor 8, 1) y respeta la libertad. La buena noticia de Jesús se presenta como llamada e invitación, que nunca anulan, sino más bien estimulan, la deci­ sión personal42. Ante Jesús todo el mundo debió tomar postura, tanto los amigos como los enemigos. El, en persona, es una llamada a la decisión. Los que no esta­ ban dispuestos a aceptar su llamada a la conversión, lejos de permanecer indiferentes, se rebelaron contra Jesús. Esto explica históricamente su muer­ te. Y Jesús, no solamente no aceptó la fuerza o la violencia para evitarla, sino que la condenó. Esta era una consecuencia de la fidelidad a su mensaje que giraba no en torno a la imposición sino a la interpelación. Esta es la revelación más esclarecedora del misterio del Dios cristiano: en lugar del poder que se impone por la fuerza, aparece una nueva categoría: la del amor, el único valor reconocible por todo el mundo y que todo hombre busca vivir. E l camino del amor es también el camino de la Iglesia. Si no lo fuera, no sería la Iglesia de Jesús. El amor es la única fuerza capaz de traspa­ sar el tiempo y las fronteras, la fuerza a la que nada ni nadie puede conte­ ner. En Jesús se revela el amor como el sentido último del ser43. Jesús no activó el proceso de inculturación religiosa, porque él entronizó en el mundo un nuevo proceso cultural , cimentándolo no en sistemas ideoló­ gicos concretos, sino en realidades de índole vivencial. El evangelio no se presenta, pues, como una nueva alternativa cultural, sino como la forma 42. M. G elabert , La dialéctica del concreto universal en la evangelización , 127. 43. M. GELABERT, La dialéctica del concreto universal en la evangelización, 128*129.

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