PS_NyG_1994v041n001p0007_0102

26 FELIPE F. RAMOS Esta (dificultad de inculturación es evidente. Las fuerzas de la mentira y del pecado la harán a veces imposible. Hay esquemas cerrados de pensa­ miento que proclaman la autonomía absoluta del hombre. No hay espacio para Dios. La Iglesia de los orígenes experimentó esta imposibilidad al pretender inculturarse en el mundo de la gnosis que, por principio, procla­ ma la incomunicabilidad absoluta entre el mundo de arriba, el de Dios, y el mundo de abajo, el del hombre. La primera carta de Juan es el testigo más cualificado de este intento fracasado de inculturación. Aunque sea necesario admitir que el fracaso no fue total. La Iglesia joánica utilizó las categorías y expresiones gnósticas para la presentación de la persona de Cristo y de su acción salvadora. De Jesús a la humanidad En la óptica de la evangelización cristiana Jesús es el absoluto. La huma­ nidad , con sus múltiples y diversas mentalidades y culturas, es lo relativo. Lo primero influye en lo segundo, dándolo una dimensión de definitividad. El alcance de estas afirmaciones nos obliga a situarlas en el marco más amplio de la revelación divina. Y en ella debemos tener como punto de partida al Dios de Jesús. Si pudiera reducirse la revelación divina a una doctrina, para el escritor bíblico esta doctrina sería Dios mismo y su designio de salvación para con el hombre. Esto es lo que se pone de manifiesto en el misterio de Jesús. El Logos divino, la Palabra de Dios, se ha abierto, se ha comunicado al hom­ bre en sus obras, en el hecho histórico de la elección y de la vocación, primero en una persona, luego en una familia y finalmente en un pueblo, en los acontecimientos históricos que les afectaban y a los que llevó desde la esclavitud de Egipto hasta la libertad de vivir en tierra propia. El Dios bíblico es el Dios presente y actuante en la historia de aquellos con los que entra en relación. El último modo de esta automanifestación suprema de Dios fue su venida en la persona de Cristo en quien la palabra, la voluntad, la justicia y el amor de Dios se convirtieron en acontecimiento humano en la figura concreta, histórica e individual de un hombre y de un auténtico destino humano desde el nacimiento hasta la muerte39. El Dios del AT, el Dios judío, se «cristianizó» en Jesús. Dios se hizo presente en él para iluminar a todo hombre que viene a este mundo. Y él mismo se autocomprendió así: «Yo soy la luz» (Jn 8, 12; 9, 5). De ahí que todo teólogo, todo evangelizador deba esforzarse en buscar la forma de 39. F. F. Ramos, Interpretación existencial , 222.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz