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24 FELIPE F. RAMOS El mismo ser humano como tal exige que se respete lo que en él existe para poder potenciar las posibilidades que la evangelización le ofrece. El hombre no puede aceptarse a sí mismo como una tabula rasa en la que Dios comienza a escribir, cuando se encuentra «oficialmente» con la pala­ bra de Dios. El hombre actual no toleraría tal pasividad. La relación Dios- hombre, en el sentido de comunión personal, sería totalmente impensable en este terreno. Por otra parte, tampoco Dios la quiere así. Porque este hombre del que hablamos, es algo, es «alguien» ya antes de encontrarse con la palabra de Dios. Deberemos entrar entonces en el terreno de la confrontación. La carta que Dios envía al hombre, su propia palabra, el kerigma, encuentra al hombre concreto con una determinada autocom- prensión. La pretensión de hablarme, de mandarme incluso, debe tener en cuenta este modo de comprender mi existencia. De otro modo el kerigma se me impondría «desde fuera», como ley implacable, no como evangelio. Y lo que debe salir al paso en toda evangelización es el evangelio, es decir, el poder de Dios para la salvación de todo el que cree (Rom 1, 16), el cono­ cimiento de Dios como «objectum amabile». Ahora bien, no se puede imaginar la compatibilidad entre esta espontaneidad, esta gracia obrada por el Espíritu de Dios al que nos presenta como un «ser amable» con la arbitrariedad de una imposición inapelable, de algo sencillamente «creden- dum», de algo que se me impone para que se acepte sin más. Esto signifi­ caría prescindir de la forma de comprensión específicamente humana de la existencia. Dios trata a las personas como personas36. Según la teología cristiana, las culturas —en su aspecto de producción de sentido para la vida, en su dimensión ética y, particularmente, en su expresión religiosa— son un eco de la voz de Dios , que siempre se dirige a la sociedad y a cada subjetividad humana. Las diversas culturas son otras tantas respues­ tas, dadas con mayor o menor fidelidad, a la propuesta de comunión, de vida y de plenitud por parte de Dios. Las religiones, concretamente, son reacciones a la acción primera de Dios ; maneras de acoger la autocomunicación de Dios a sus criaturas; cauces de la revelación de Dios a la humanidad, con todas las diferencias espacio-temporales y culturales de ésta. El Espíritu siempre ha habitado el mundo humano y ha encendido los corazones para llevar a cabo acciones generadoras de vida. Dicho de un modo más radicalmente teológico: la Santísima Trinidad, misterio de co­ munión de las tres Personas divinas, siempre se ha auto-entregado a la creación y a la vida de cada persona y se ha revelado a las comunidades humanas en forma de sociabilidad, de apertura mutua de unos a otros, 36. F. F. R a m o s , Interpretación existenáal , 216-217.

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