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EL ANUNCIO DEL EVANGELIO 21 a lo existente fuera del judaismo, a lo que éste, partiendo del AT, había absolutizado y debía imponerse a todos los hombres. El Apóstol se opone a esta tesis de sus correligionarios, que había sido la suya hasta el encuen­ tro con Cristo camino de Damasco. Desde los orígenes de la Iglesia, los pensadores cristianos, Justino, Cle­ mente y otros manifestaron la doctrina de las semina Verbi , de las semillas del Verbo y del Espíritu Santo, de la sementera divina en las múltiples parcelas de su propiedad: El Verbo ilumina a «todo» hombre que viene a este mundo (Jn 1, 9). Ahora bien, este Verbo o Palabra, preexistente a la creación, es la revelación plena del Padre. Toda la creación lleva su impronta, porque él constituye el arquetipo de todo lo creado: Todo se hizo por el Verbo; en él, en Cristo, fueron creadas todas las cosas; bajo sus pies sometió todas las cosas (Jn 1, 3; Col 1, 16; Ef 1, 22). Esta es la base bíblica de la locución patrística sobre las semina Verbi , reconocidas hoy por el Magisterio eclesiástico: «Asimismo se dirige a inmensos sectores de la humanidad que practi­ can religiones no cristianas. La Iglesia respeta y estima estas religiones no cristianas, por ser la expresión viviente del alma de vastos grupos humanos. Llevan en sí mismas el eco de milenios a la búsqueda de Dios; búsqueda incompleta, pero hecha frecuentemente con sinceridad y rectitud de cora­ zón. Poseen un impresionante patrimonio de textos profundamente religio­ sos. Han enseñado a generaciones de personas a orar. Todas están llenas de innumerables «semillas del Verbo» y constituyen una auténtica «prepa­ ración evangélica», por citar una feliz expresión del Concilio Vaticano II tomada de Eusebio de Cesarea» ( Evangelii Nuntiandi , 53). El Vaticano II recoge tanto implícita como explícitamente esta doctrina de las «semina Verbi». «Con su obra (la de la Iglesia) consigue que todo lo bueno que hay ya depositado en la mente y en el corazón de estos hombres, en los ritos y en las culturas de estos pueblos no solamente no desaparezca, sino que cobre vigor y se eleve y se perfeccione para la gloria de Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre» (LG 17). El decreto Ad Gentes manda a los mismos fieles que «estén familiarizados son sus tradiciones (las de los no cristianos) nacionales y religiosas; descubran, con gozo y respeto, las semillas de la Palabra que en ella se contienen... (AG 11). Las religiones no cristianas no constituyen realidades exteriores al cristianismo, sino que hay algo que las recorre a todas ellas y que actúa por doquier: el Verbo que actúa también en ellas.

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