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EL ANUNCIO DEL EVANGELIO 19 con significación universal y, por tanto, como capaz de entrar en comunión con otros valores y culturas concretas y de reconocer también en ellas la acción diferente del mismo y único Espíritu. Este sería el criterio de una auténtica revelación funcional, de una bue­ na encarnación, tanto en la Iglesia misionera como en las «jóvenes Igle­ sias»: ver cómo el Espíritu suscita la libertad (o sea, el no sentirse oprimido por nada extraño) y despierta la capacidad de amor y la comprensión necesaria para reconocer los valores del otro como complementarios e interpelantes, lo que se traduce en un verdadero diálogo en el sentido de dar y recibir mutuamente. El «otro» me confirma en mi fe y me interpela o me hace caer en la cuenta de valores no descubiertos, no vividos sufi­ cientemente. Y también en la posibilidad de vivirlos diferentemente27. La dimensión funcional de la revelación establece así necesariamente una rela­ ción no sólo de verticalidad, sino también de horizontalidad. Nuestros contemporáneos necesitan oír de nuevo la invitación a reco­ nocer la existencia de un Dios creador y salvador, un Dios personal y providente que se interesa misericordiosamente por nosotros. Es decir, necesitamos volver a presentar las verdades sencillas y profundas de la predicación de Jesús sobre Dios, las verdades del kerigma apostólico acer­ ca de la salvación que Dios ha ofrecido a los hombres por medio de su Hijo Jesucristo. La revelación divina debe ser presentada de tal manera que el hombre la considere como la plenitud de su propia humanidad. El anuncio de Dios debe hacerse de tal forma que los hombres lo reciban como Buena Nueva, fuente y garantía de la propia humanidad, fuente de razón y de inteligen­ cia, de la inteligibilidad y humanidad del mundo, fundamento y sanación de la libertad, ejemplo y origen de relaciones interpersonales, punto de partida de la plena realización de todas las posibilidades humanas28. La oferta de la revelación divina al hombre debe hacerse, por tanto, en forma dialogal. El destinatario debe ser considerado como sujeto y no sólo como objeto de nuestra oferta. Sujeto que no se puede abordar como si estuviese desprovisto de todo aquello que le constituye realmente en «per­ sona», en el sentido filosófico y jurídico del término. Sujeto con unas refe­ rencias que lo convierten en interlocutor. El «otro» tiene su palabra, es decir, su respuesta, su capacidad de crítica, su capacidad de formular pre­ guntas que deberán ser contestadas por nuestra parte. Entre sus derechos, 27. M. GELABERT, La dialéctica de! concreto universal en la evangelización , en Incultura- ción y nueva evangelización , 127. 28. F. SEBASTIÁN, En qué consiste la nueva evangelización , 122-123.

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