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EL ANUNCIO DEL EVANGELIO 17 eterna para que se produzca la comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo (DV 1). La funcionalidad de la revelación , su destino al hombre, ha sido puesta siempre de relieve, en mayor o menor grado, a lo largo de la historia de la reflexión teológica sobre la misma. Que hablar de Dios es hablar también del hombre no es un descubrimiento de los tiempos modernos. Por lejanas y abstractas, incluso fantásticas, que pudieran parecemos las especulacio­ nes teológicas de otros tiempos, pretendían, sin duda, buscar el punto necesario de contacto entre la humanitas y la divinitas , el terreno común en el que el diálogo y la comprensión se hiciesen posibles. Y ello porque origen divino y destino humano son igualmente esenciales a la manifesta­ ción de Dios. La preocupación por acentuar uno u otro aspecto se halla siempre determinada y condicionada por la forma de concebir la acción de Dios y por el lugar más o menos preeminente de la atención prestada al hombre 23. La interpretación existencial de la Escritura debe saber conjugar la acción de Dios y la del hombre , la figura misma de Dios y la del hombre en esa necesaria confrontación que debe darse entre el que habla y el que escu­ cha, responde y se decide. Precisamente por eso la interpretación existen­ cial de la Escritura —su funcionalidad y destino al hombre— puede mar­ char por caminos equivocados si, en este diálogo de amor que es la revela­ ción divina, no se respetan las debidas distancias. La proximidad ya la suponemos, puesto que la revelación divina nace del amor (Jn 3, 16). En dicha interpretación existencial puede darse un desequilibrio per­ turbador de la verdad si acentuamos excesivamente uno de los dos polos: el origen divino o el destino humano. Cargar el tono en el origen divino hasta perder de vista su dimensión antropológica —perdiéndonos en espe­ culaciones abstractas, como tantas veces ha ocurrido en la historia de la Iglesia y de la teología— equivaldría a traicionar aquello que es esencial a la manifestación de Dios. Poner el acento en su destino hasta el punto de convertirlo en criterio y norma determinante de lo que Dios puede decir al hombre equivale igualmente a una alta traición destructora de la esencia misma de aquello que intenta esclarecer24. La interpretación existencial de la Escritura presupone un concepto de la revelación en la misma línea existencial. No podríamos hablar de inter­ pretación existencial si el mensaje revelado no afectase y comprometiese la 23. F. F. R am o s , Interpretación existencial de la Escritura , en Studium Legionense 1970, 215. 24. íbid.y 217. 2

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