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16 FELIPE F. RAMOS laron tanto al verbo evangelizar como al sustantivo evangelio y otros simi­ lares un claro sentido cristológico (1 Cor 15, 1-2; Rom 1, 15). El libro de los Hechos describe la predicación de los apóstoles de Jerusalén (Hch 5, 42; 8, 25), la de los primeros misioneros cristianos (Hch 8, 4. 35. 40; 11, 20) y en particular la de Pablo (Hch 13, 32; 14, 7. 15. 21; 17, 18) con el verbo evangelizar. En el vocabulario paulino «evangelizar» indica toda la actividad apos­ tólica de Pablo. Y es su «evangelizar» lo que le distingue de sus adversa­ rios: él anuncia, por encargo divino, la gracia y el juicio que se manifiestan en el acontecimiento de Cristo (Gál 1, 6ss; 1 Cor 9, 16.18)22. Llama la atención la ausencia tanto del verbo como del sustantivo en los escritos joánicos. Probablemente dicha ausencia deba explicarse desde su escatología realizada o existencial. Aquí se habla ya de la presencia, no sólo de la promesa de la vida, de la luz, de la verdad, del juicio realizado en un evaluación progresiva, de la participación en la vida eterna, de la filiación divina ya en el momento presente. Aquello que el judaismo, y algunas corrientes cristianas, esperaban del futuro Juan lo presenta como realidad actual, que únicamente aguarda la plenitud o consumación. Bilingüismo de la revelación Todo evangelizador debe conocer a fondo dos lenguas. Debe ser bilin­ güe. Naturalmente que no hablamos de la lengua considerada como idio­ ma. No nos referimos al hebreo o al griego por ser las lenguas originales de la Biblia. Hablamos de las lenguas como expresión de los dos mundos que deben serle familiares al anunciador del evangelio: el mundo de Dios y el mundo de los hombres; la revelación divina y los destinatarios de la misma. El desconocimiento de cualquiera de ambos mundos da al traste con el mensaje cristiano que se intenta transmitir. Tan importante es el conocimiento de los destinatarios de la revelación divina como el origen y el contenido de la misma. Una vez más aparece Jesús como el paradigma ideal, como el ejemplo supremo, que debe ser imitado. El fue el mejor conocedor del mundo de Dios, en cuya intimidad más absoluta vivía (Jn 1, 18) y el mejor conocedor del mundo de los hombres, a los que se adaptó perfectamente utilizando el lenguaje que ellos entendían. De este biblingüismo parte la constitución conciliar sobre la divina revelación, la Dei Verbum, del Vaticano II: su finalidad es la escucha atenta de la palabra de Dios y la proclamación fiel de la misma; anuncio de la vida 22. G. S trecker , TWZNT, II, 175-176.

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