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300 MANUEL GONZALEZ GARCIA es lo que da razón del ser. El ser del hombre es verbo. El verbo nace de la materia. Lo cual es imposible. Y aquí termina el asunto. No hay motivo para el desconsuelo. El hecho es que estamos rodeados de misterio»12. A la hora de hablar del misterio, nos encontramos con el primer capítu lo de la obra titulado «El Verbo mayor», capítulo un tanto extraño que gira en torno a la expresión del evangelista Juan: «En el principio era el Verbo». No se trata de una reflexión teológica ni tampoco cristiana13. Comencemos por recordar que la afirmación del evangelista le resulta, de entrada, extraña y contradictoria: «A ese autor (Juan) no le importa en exceso la gramática, ni tampoco la lógica, cuando declara que en el principio era el Verbo (lo cual es contra dictorio: el principio tiene que ser anterior al principio)»14. Dejando de lado esta primera advertencia, lo que establece nuestro autor es lo siguiente, partiendo de la frase evangélica y de nuestra existen cia en el tiempo: a) Existe un principio, que hemos de aceptar simplemente, con gratui- dad absoluta. Como principio está fuera del tiempo y no puede, por tanto, consumirse con el tiempo, ni sufrir desgaste ontologico alguno. Es plenitud de ser en actualidad pura permanente. Es absoluto e inalterable y por infinito carece de alteridad esencial: «No hay nada frente a él, o fuera de él, o aparte de é l» 15. Dado que existe el ser que tiene principio (el ente), el principio no sólo es original, sino también dinámico, ha de tener una fuerza expansiva. Y los teólogos la encontraron en el amor16. b) Existe lo principiado, es decir, el ente, que es lo que se ve. Esto prin cipiado se encuentra en el «era» del tiempo: «algo que no es principio; que actúa (se mueve y cambia), aunque no es acto puro; que no es absoluto y que, a pesar de todo, es el ser prodigioso que llamamos el «universo del ser»17. 12. FH 39. En esta obra E. Nicol pretende iluminar el misterio, porque «el misterio tiene su propia lógica, lo cual no parece estrictamente lógico. Pero es que no merece el nombre de misterio lo que es simple desvarío» (FH 10-11). Cfr. también E. NlCOL, Crítica de la razón simbólica , México 1982, 263-264, 268: Id., El filósofo, artífice de la palabra , en Thesis I (1979) 21-23. 13. «En definitiva, yo sólo quería probar que es altísimo el verbo de la poesía (y añado: el de la filosofía). Y como examinaba la cosa por un lado y por el otro, acabé divagando por las alturas, donde me encontré con San Juan Evangelista, y con su Verbo mayúsculo. Fue un feliz encuentro, de veras» (FH 20). 14. FH 6. Cfr. también 4. 15. FH 7. 16. FH 12. Recogemos de manera condensada afirmaciones que se hallan en las pp. 5-7, 9-11. 17. FH 6.
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