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294 CARLOS BAZARRA No hay duda del énfasis paulino en ser adultos: «Hasta que lleguemos todos al estado del hombre perfecto (“ándra téleion”)... para que no sea­ mos niños (“népioi”)» (Ef 4, 13-14). Para resolver esta aparente antinomia, Pablo nos presenta la doble acepción que ofrece el término «niño»: «Hermanos, no seáis niños (“pai- día”) en juicio (“fresín”). Sed niños (“nepiázsete”) en malicia (“kakía”), pero hombres maduros (“téleioo”) en juicio (“fresin”) (1 Co 14, 20)». Ser niños para Pablo, en su dimensión positiva, es carecer de malicia, conservar un corazón limpio. La vertiente negativa del ser niño es la falta de capacidad crítica. Dios nos quiere perfectos (“téleioi”) en potencia de discernimiento, en saber valorar las situaciones, en resistir lo malo, en luchar por la justicia. Desde este punto de vista tenemos que ser adultos. «Para que no seamos niños (“népioi”), llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error, antes bien, siendo sinceros en el amor, crezcamos...» (Ef 4, 14-15). Yo diría que la realidad de ser adultos según el evangelio se mide, entre otras cosas, por saber buscar y aceptar ser niños, como una opción libre y responsable. Es la dialéctica de que hablan los sinópticos, de que quien desee ser el primero se haga último de todos. «Si alguno quiere ser el primero (“prótos”), ha de ser el último (“ésja- tos”) y servidor (“diáconos”)» (Me 9, 35). «El que quiera ser grande (“me­ gas”), será vuestro servidor (“diáconos”), y el que quiera ser primero (“prótos”), será vuestro esclavo (“doulos”)» (Mt 20, 26-27). Pablo prefiere hablar del hombre nuevo y del hombre viejo. Es la mis­ ma idea de hacerse niño dejando la soberbia egocéntrica: «despojaos, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo (“palaión ánzropon”)... y revestios del hombre nuevo (“cainón ánzropon”) en justicia y santidad de la verdad» (Ef 4, 22-24). «Ya que os habéis despojado del hombre viejo (“palaión ánzropon”) y revestido del nuevo (“neón”)» (Col 3, 9-10). En los versículos anteriores (Col 3, 5-8) describe al hombre viejo: fornicación, impureza, codicia, etc. En los versículos siguientes (Col 3, 12-15) especifica las características del hombre nuevo para concluir diciendo: «revestios del amor, que es el víncu­ lo de la perfección». Es el simbolismo de la crucifixión: «Nuestro hombre viejo (“palaiós ánzropos”) fue con él crucificado» (Rm 6, 6). En otra carta el Apóstol hablará de una nueva creación: «El que está en Cristo es una nueva creación (“cainé ktisis”); pasó lo viejo (“arjaia”), todo es nuevo (“cainá”)» (2 Co 5, 17).

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