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TEOLOGIA DE LA NIÑEZ 293 La condición de profeta va ligada esencialmente a la docilidad al Espí­ ritu. De ahí que aún los veteranos profetas tienen alma de niño. Lo recono­ ce el mismo Jeremías: «¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho» (Jer 1, 6). Discípulos y niños aparecen con una estrecha asonancia en los evange­ lios. Hay lugares paralelos en los que ambas expresiones se intercambian. Así en un pasaje se dice: «Quien os recibe a vosotros, a mí re recibe» (Mt 10, 40), y más adelante: «Quien recibiera a uno de estos niños, a mí me recibe» (Mt 18, 5). También en la parábola del siervo infiel, Mateo habla de que éste comienza a golpear a sus consiervos («sindoulous») (Mt 24, 49), mientras que Lucas escribirá: «comienza a golpear a los muchachos y a las mucha­ chas («paidas kai paidíscas») (Le 12, 45). Estas identificaciones son significativas: niños, pobres y discípulos son términos coincidentes. Todos tenemos que evangelizar: «Id al mundo ente­ ro y predicad el evangelio» (Me 16, 15). «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos... hasta el último confín de la tierra» (Hech 1,8). Todos los discípulos, toda la Iglesia, tienen que ser profetas, tienen que tener alma de niños, espíritu de pobres. 2. Dialéctica niño-adulto El pensamiento neotestamentario no siempre es coherente en sus metá­ foras. Así lo infantil no aparece siempre como una disposición evangélica y positiva. Es Pablo quien precisamente insiste en la necesidad de crecer y hacerse adultos. A veces ser niño equivale a ser carnales en su acepción peyorativa: «Yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo («nepíosis en Christó»). Os di a beber leche, y no alimento sólido, pues todavía no lo podíais soportar. Ni aun lo soportáis al presente; pues todavía sois carnales» (1 Co 3, 1-3). Por consiguiente, habrá que dejar de ser niños, para hacerse adultos: «Cuando yo era niño (“népios”), hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño» (1 Co 13, 11). «Mientras el heredero es menor de edad (“népios”), en nada se dife­ rencia de un esclavo, con ser dueño de todo... De igual manera, tam­ bién nosotros cuando éramos niños (“népioi”) vivíamos como esclavos» (G1 4, 1-3).

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