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292 CARLOS BAZARRA gelizan. Porque sólo los pobres pueden proclamar: «Bienaventurados los pobres» (Le 6, 20). Quien no sea solidario con los pobres, hipócritamente anuncia las bienaventuranzas. Con idéntica lógica, si Dios revela estas cosas a los niños, son ellos quienes las pueden descubrir. Así los niños se convierten en profecía de Dios. Los niños o quienes saben hacerse niños. Los sabios a quienes se les oculta Dios son los que hacen de su saber un absoluto, los que no dejan espacio al Espíritu, los que «definen», «enca­ sillan» a Dios. Un Dios «definido» deja de ser Dios. «Si comprehendis, non est Deus», decían los escolásticos. No son sabios autosuficientes e infatuados aquellos que al modo de los niños reconocen que es mucho más lo que ignoran que lo que entienden, los que dejan a Dios ser Dios, inasible, misterio. Hay una perícopa en la que Jesús invita a reconocer que de la boca de los niños nos llegan palabras de salvación. En su entrada mesiánica a Jeru- salén, los niños vitorean: «Hosanna al Hijo de David». Los Sumos Sacer­ dotes y los escribas se indignaron: «¿Oyes lo que dicen éstos?». «Sí —les dice Jesús— ¿No habéis leído nunca (y cita el salmo 8) que de la boca de los niños («nepíon») y de los que maman («zelasónton”) te preparaste alabanza?» (Mt 21, 15-16). No es necesario que los niños sean conscientes de lo que dicen. Tal vez así mejor se muestra el señorío de Dios, su libertad e independencia. Como en el caso de Caifás cuando afirma la conveniencia de la muerte de uno por salvar a todo el pueblo. «Esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que profetizó» (Jn 11, 51). El niño tiene una docilidad connatural, una capacidad de apertura al misterio, a la aventura, a lo desconocido. Los niños son esperanza y futuro, y Dios viene del futuro4. Los profetas son quienes ponen en conexión al Dios vivo con la perso­ na humana en la singularidad del momento presente, en el hoy de cada uno. Pero precisamente por esta razón su mensaje está orientado hacia el futuro5. La tradición común a Mateo y Lucas ofrece un ejemplo de cómo los niños son palabra de Dios para quien quiera escucharla: «Se parece a los chiquillos («paidíois») que sentados en las plazas se gritan unos a otros diciendo: Os hemos tocado la flauta y no habéis bailado, os hemos entona­ do endechas y no os habéis lamentado» (Mt 11, 16-17; Le 7, 32). 4. A. ALONSO, Dios viene del futuro, en Nuevo Mundo 1988, 395-402. 5. X. L eon -D ufour , o. c.y palabra «Profeta».

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