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SENTIDO DE LA COLONIZACION HISPANA EN AMERICA 267 calificativo poco honrosos de bárbaros. Pero tanto en la colonización feni­ cia, como en la griega —damos de mano aquí al «ecumenismo» de Alejan­ dro— no se reconoce al nativo como un valor en sí, ni se siente preocupa­ ción por elevarlo a una plenitud de vida humana. Sin embargo, este sentido de elevación cultural fue uno de los goznes en torno a los que giró la obra colonizadora de Roma. La historia constata que Roma va realizando la conquista del mundo con la espada del legionario. Nace con instinto cesarista , mucho antes de que César hubiera nacido. Tuvo siempre voluntad de imperio. Se lo cantó Virgilio: Tu regere imperio populos, Romane, memento ( A en . VI, 851). Por acuerdo diplomático o por el desacuerdo de las armas Roma todo lo va progresivamente dominando. De nuestros cántabros dirá Horacio: Canta- brum indoctum iuga ferre nostra (Carm . II, VI, 2). Pero los indómitos cán­ tabros, al fin son sometidos. Todavía hoy en Cantabria suena la expresión latina portus victoriae. Pero no de la victoria de los cántabros sobre los romanos sino la de estos sobre aquellos. Se dan hoy nostálgicos de aquella independencia hispánica. Pero, con los más conscientes, es de afirmar que fue una fortuna. La sonora lengua en que escribo es el mejor aval de esta fortuna, que el autorizado C. Sán­ chez Albornoz subraya como uno de nuestros mejores legados históricos. Y ya anteriormente Menéndez Pelayo hizo notar el irreductible individua­ lismo de las tribus hispanas, cuya unidad histórica tan sólo ha podido lograrse por estas dos fuerzas poderosas: la civilización romana en el plano cultural y en el religioso el Cristianismo3. El sentido colonizador de Roma lo podemos percibir en el modo lento, pero eficaz, de ir concediendo el derecho de ciudadanía, el título de civis romanus. Con este derecho va introduciendo sus instituciones, su literatu­ ra, su arte, sus vías de comunicación. Y ante todo, su lengua latina. Ha sido esta lengua una luciente copa que ha envalsado, a lo largo de los siglos, una de las más altas culturas. Para recordarlo en esta hora de un lamentable menguante de la misma. Dicha cultura hay que entenderla como cultura animi en el eximio sen­ tido que dio a esta expresión J. L. Vives. O sea: que esta cultura animi , practicada por Roma, llevó consigo un intento de asimilar a los vencidos, elevándolos a participar de lo mejor de aquella cultura, centrada en la humanitas. Hasta nuestros días se llamarán humanidades los saberes que elevan al hombre a ser verdaderamente tal. España se gloría de haber dado 3. M. MENÉNDEZ P elayo, Historia de los heterodoxos Españoles. Epílogo , Santander 1948, t. VI, 505-510.

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