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262 BERNARDINO DE ARMELLADA (no en un sentido general abstracto), es decir, la bienaventuranza que por la fe sabemos consiste en la visión clara y gozo de Dios... Y no es necesario conocer de modo perfecto tal felicidad, ya que el deseo natural, en el hombre como en los demás seres, no precisa manifestarse previamente al conocimiento»102. En este repaso de la doctrina escotista sobre la profunda afinidad de la naturaleza humana con el maravilloso fin que Dios gratuitamente le ha señalado, podría extrañar la escasez de un visible progreso en las explica ciones durante todo un siglo103. Posiblemente influyó en ello el clima teoló gicamente agitado por cuestiones que rebasaban las diferencias domésticas de la teología católica. Sin embargo, una cosa es importante: la continuidad de una explica ción que subraya el carácter profundamente humano, a la vez que divino, del destino que se nos anuncia y que se realiza en Cristo Jesús, sin que la revisión de ideas sobre el problema, cuya necesidad acentuó fuertemente el Cardenal Cayetano104, afecte sólo a la convicción de la escuela francisca na de caminar por un sendero justo. En efecto, la acentuación de la polari dad entre naturaleza y gracia, entre el pensar y el creer, tiene como resulta do en la teología tomista —que se convierte en la más influyente— una concepción «cosístico-negativa» de la gratuidad del don divino. Pues tal gratuidad exigiría en el ser del hombre la ausencia de toda afinidad positi va, aunque fuera pasiva, con la perfección sobrenatural. De este modo el destino humano a la intimidad con Dios es visto necesariamente como un añadido extrínseco, completamente ajeno de por sí a la constitución meta física del hombre, naturalmente inclinado a una perfección última fuera de Dios. Es mérito de los teólogos escotistas concebir la gratuidad de la gracia en una dimensión personal que radica en la voluntad divina: gratuidad que se compone con la unicidad del fin del hombre y con la respuesta íntima mente integradora del ser del hombre con la visión y gozo inmediato del 102. En la distinción 49, q. 9 resume: «...naturali appetitu mortales quique necessario et summe beatitudinem expetunt, et hoc in particulari, id est, beatitudinem quam fide tenemus in clara Dei visione et fruitione consistere... Nec opus est habere veram beatitudinis cognitio- nem, quia is appetitus, sicut caeteris in rebus sic in homine, finis aut objecti notitiari non praeexigit» (p. 237, edic. del año 1617). Notamos que el pasaje citado lo tomamos de la edición de Venecia, 1617, que forma un volumen con otra obra de Paulino Berti Lucense, OESA, Quaestiones in librum 4um. Sententiarum. 103. Además de Liqueto y Rada, aludidos al principio, también ha sido objeto de estu dio en otro artículo el capuchino Pedro Trigoso de Calatayud (t 1593), que mezcla en este tema las razones escotísticas con su mentalidad bonaventuriana (Cfr. BERNARDINO DE AJlME- LLADA, La gracia misterio de libertad..., en Collec. Franc. 58 [1988] 279-281). 104. Cfr. A l f a r o , o . c ., 407s.
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