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SATANAS Y EL PECADO ORIGINAL 207 E l Tridentino como ‘norma’ y como ‘horma’ de la discusión sobre el pecado original El lector español disculpará si, al llegar aquí, utilizamos una frase de cervantina memoria, muy rodada en el lenguaje coloquial: / Con la Iglesia hemos topado /: es decir, con la jerarquía eclesiástica, con el poder, con la organización, con la autoridad doctrinal del concilio de Trento. Y, lo que es más peligroso en el caso, con el autoritarismo adoctrinador de algunos profesionales de la teología quienes buscan en textos del magisterio apoyo para legitimar y engrandecer sus convicciones personales al respecto. Pienso que, sin este tope que, desde los textos tridentinos, ponen ciertos teólogos a la negación del pecado original, esta teoría ya habría dejado de circular en la hodierna teología católica. Su futuro, pienso yo, estaría más bien en perdurar como un «proprium» de la teología confesionalmente protestante; con las reformulaciones a las que allí mismo se le somete en la actualidad. Existe, pues, consenso en afirmar que de hecho y en la situación actual de la teoría, descalificada ya como doctrina bíblica, con la interpretación que se dé a los textos tridentinos cae o se sostiene la teoría del pecado original6. Si bien, a mi juicio, esta convergencia en dejar el tema en manos de un texto conciliar estaría cargada de hipotecas y ambigüedad: provoca la impresión de que una verdad que afecta a la relación religiosa, íntima, personalísima de cada hombre con Dios, viene propuesta e impuesta desde fuera como algo externo, autoritario, institucional. Actitud empobrecedora del problema. Hay que ofrecer razones más radicales, extraídas «ex visceri- bus rei»: desde la analogía/consonancia de la fe, desde el contexto y siste­ ma global de nuestras afirmaciones sobre Dios, sobre el hombre, sobre el misterio de Cristo. En cualquier caso nadie debería mantener reservas mentales al admitir la importancia específica de Trento a la hora de refle­ xionar sobre el pecado original como interrogante y como problema, sin entrar hablando si no ‘ex cathedra’, al menos ‘ex trípode’ en tema tan intricado. Trento vale como «norma» ya que sus textos ponen señales, hitos y marcan una dirección en el camino a seguir. Lo que no es justifica­ ble es hacer de tales textos una «horma» que acorace ya el mero brotar de cualquier reflexión científico-crítica. 6. Así opina D. F e r n á n d e z , La crisis de la teoría del pecado original ¿afecta al dogma de la Inmaculada Concepción de María?, en EphemMariol. 35 (1985) 243s; Id., Antropología del hombre caído. A propósito de un libro sobre el pecado original , en Iglesia Viva 1992, 327-334. Otro estudio más detenido del propio D. FERNÁNDEZ, en XXIX Semana Española de Teología , Madrid 1970, 259-293. También yo he tratado monográficamente el tema. A. VlLLALMONTE, Qué «enseña» Trento sobre el pecado original , en Naturaleza y Gracia 26 (1979) 167-248.

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