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SATANAS Y EL PECADO ORIGINAL 205 rápido comentario sobre la conclusión global a la que llega el autor: «Como dato de fe, la tradición mantendrá sin equívocos que Adán pecó con un pecado histórico y que tal pecado ha sido la causa de que todos los hombres nazcan no sólo con la pena de la muerte, el dolor y el sufrimiento, sino con un pecado que les priva de la vida divina y que sólo por el bautismo queda borrado. Este pecado se trasmite por generación» (p. 139). Me parece que esta conclusión, dentro incluso del recorrido históri co realizado por Sayés, peca por desmesura. Porque, en los cuatro pri meros siglos, la doctrina del pecado original, era desconocida, o sólo aludida en forma fragmentaria e indecisa. Hecho histórico defraudante para quienes mantienen el pecado original como dogma básico de la fe cristiana, o como perteneciente «a la entraña misma del Evangelio». A esto se añade el que la tradición oriental desconoció y desconoce tal enseñanza en su tenor agustiniano-escolástico-tridentino-neoescolástico. Pero, también el propio J.A. Sayés tiene reservas graves sobre esta ense ñanza «tradicional». Para él, una privación/ausencia de la vida divina en el recién nacido no puede llamarse ‘pecado’, ni un pecado real puede transmitirse por generación de padres a hijos (p. 291s, 161, 330s; 333, 335). Además, el pecado original ‘tradicional’ es, por definición y esen cia pecado «adánico»: Adán es el originante de la situación teologal de muerte originada en todo recién llegado a la vida. Sayés quita o resta prioridad a esos factores y se la concede a Satanás, bajo cuyo inmenso poder maléfico cada hombre es constituido y mantenido en muerte espi ritual, según se explicará. Pero, ¿es que Satán puede constituir pecador a alguien sin colaboración personal? Por lo que se refiere a la teoría del pecado original me parece que la expresión «tradición patrística» sería más ajustada a verdad si la denominá semos «tradición agustiniana». En este punto concreto el obispo de Hipo- na podría entrar en discusión haciendo suya la célebre frase: «La Tradición soy yo». Pero, si a continuación examinamos, con un método histórico- crítico adecuado, los incontables textos agustinianos sobre el pecado origi nal, llegamos a la convicción de que el propio Agustín defiende con tenaci dad y vehemencia polémica el pecado original, como una verdad auxiliar, subsidiaria, ancilar en vistas a reforzar su fe en verdades cristianas realmen te basilares: la justicia de Dios frente al hecho de la «inmensa miseria» que aflije a la especie humana, y la universal eficacia salvadora de la Cruz de Cristo. De ahí el valor hermenéutico que, para todo esta problemática adquiere esta magnífica, paradigmática fórmula agustiniana: «Dummodo redemptio clareat, periculum non est»!: No hay peligro —en negar el peca do original — mientras dejemos en claro la universal redención de Cristo.
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