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SATANAS Y EL PECADO ORIGINAL 237 Los teólogos cristianos, llevados por una inexplicable «obsesión de pe­ cado», ha visto pecado hasta en el recién llegado a la existencia. Con ello, me parece, han destrozado a un mismo tiempo la humanidad del niño y el concepto de pecado. Realidades ambas muy serias en la teología. Si hubie­ sen contemplado al hombre desde el misterio de Cristo, como recomienda el Vaticano II (GS 22) no se habrían extraviado en sus razonamientos. Parece que algunos prefiriesen contemplar a cada hombre y la entera histo­ ria humana desde el «misterio de Santanás» como inevitable, seguro punto de partida. * * * Tras largo disertar sobre «Satanás y el pecado original», tal vez sea bueno resumir ‘en cuatro palabras’ la impresión que el libro nos ha producido. — Respecto a la doctrina tradicional/clásica, Sayés es no sólo muy receptivo, sino que en varios puntos concretos se muestra maximalista. Acepta en su tenor sustantivo la teología de Adán\ si bien ha de repartir su responsabilidad con Satanás en todo el sucio evento del inicio y manteni­ miento del pecado en el mundo. Parece que, para Sayés, la teoría del pecado original es doctrina bíblica en el sentido propio de la palabra. El Magisterio habría interpuesto luego a favor de ella su autoridad infalible. Esto tal vez podría decirlo pacíficamente un teólogo neoescolástico en 1951. Dicho lo mismo por Sayés en 1991 resulta anacrónico, involucionis- ta, una huida hacia atrás: una postura regresista. Si no desconoce, al menos si desestima, un poco olímpicamente, más de 30 años de controversia en torno al pecado original: los avances en este campo desde 1950-1993. Y luego, casi sin contexto, pero con gran aplomo, esta frase, ya comenta­ da: «Pensamos que Cristo habla constantemente del pecado original (p. 313). Frase desaforada, inaudita en todo lo que, sobre el pecado original, ha escrito la teología católica en fecha reciente. Se pregunta uno por las con­ diciones de posibilidad existentes en la mente del prof. Sayés, en virtud de las cuales tal afirmación pudo ser escrita de cara al público. Me parece que Sayés se ha dejado llevar aquí de una peligrosa «obsesión de pecado», que le impulsa a ver un ininterrumpido transfondo de lucha antipecado en todo lo que hace y dice nuestro Salvador, desde Belén hasta el momento de la Ascensión23. Visión densamente pecadorista de la misión de Cristo. 23. Con similar sorpresa he leído hace poco esta frase, sobre la presencia del pecado original en el Evangelio: «el mensaje del pecado original pertenece a la entraña del evangelio» (J. L. RuiZ DE LA P eñ a, Qué hay del pecado original, Madrid 1992, 51). Y una frase aclaratoria, pone las cosas más oscuras: «porque, a fin de cuentas, es el mensaje de la gracia » (Ibid.). María

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