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SATANAS Y EL PECADO ORIGINAL 229 No hace falta insistir mucho en que esta dualidad y ruptura en la eco nomía de la gracia carece de todo fundamento en la Biblia y en la historia de salvación que se desarrolla en forma linear, ascendente, continua desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Por otra parte, esta «maniobra de reajuste» provocada por el pecado de Adán tal vez sea tolerable para razón privada de ciertos teólogos, pero no se ve cómo se podría armonizar con la Sabidu ría previsora y libre de nuestro Dios. De lo dicho se deduce otra cualidad de esta lectura sobre la la historia de salvación: es una lectura hamartiocéntrica\ En ella el pecado original y su concomitancia inevitable de pecado personal, son el evento germinal, el motivo desencadenante del nuevo proyecto de salvación que Dios pone en marcha. La economía primera, paradisíaca de salvación es «adamocéntri- ca»: Adán es el Mediador universal, imprescindible de la gracia para todos sus descendientes. Pecó y su pecado se propone como punto de partida, gozne sobre el cual va a girar el nuevo proyecto que Dios pone en marcha. En el primer proyecto no se contaba con Cristo. Y es fácil advertir cómo en esta reconstruida historia de salvación Cristo no entra por su propia excelencia, dignidad y primidad ontológica de Dios-Hombre, sino como «substituto» que ha de llenar la misión que Adán no cumplió. Como obser va certeramente el bto. ]uan Duns Escoto, en esta lectura de la historia de la salvación Cristo entra como un «bien ocasional = bonum occasiona- tum»: con ocasión de, para suplir la fallida mediación de Adán, Dios en cuentra forma de realizar una especie de «reconversión» en su proyecto y dota a Jesús de la función de Mediador universal de la gracia. Pero la universalidad de su mediación queda oscura. No se contaba con Jesús en la primera economía de salvación. En la segunda entra como una especie de sucedáneo, como si Él fuese el «Tapahuecos» de la enorme sima, del agujero cósmico, trascendente a toda la historia, abierto por comporta miento de aquel «viejo» Adán. Este encuadre «pecadorista» en que aparece la persona de Jesús, pro duce un impacto desfavorable en la apreciación que se hace de su función de Mediador entre Dios y los hombres. Ésta no será primariamente latréu tica, ordenada a la glorificación de la Trinidad, como es lo deseable en un teó-logo: se enfatiza en ella la vertiente antropocéntrica, la salvación del hombre. Y dentro de la acción salvadora se pone en primer plano y como efecto más inmediato el sanar, purificar, borrar el pecado, liberar de la esclavitud de Satán. La mejor tradición cristiana, sobre todo en el Oriente, pero también en Occidente insiste en que el efecto más directo, inmediato y necesario de la acción salvadora es elevar al hombre, desde su mera y pura existencia creatural, al plano de lo que llamamos sobre-natural: a ser
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